VIII

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—Les aseguro —dijo el señor Mortimer— que, si no me viera en la necesidad de pedir su ayuda, no les habría contado todo esto.

—¿Ayuda? —pregunté.

—¡Cuente con nosotras! —decidió la señora Wight.

Aunque yo misma me veía en la necesidad de hacer algo para ayudar cuanto antes al joven Wight, lo cierto era que no sabía cómo. Así se lo expliqué al señor Mortimer.

—Señorita Russel, usted más que nadie puede ayudarme —aseguró para mi desconcierto—. Mis investigaciones dictan que las víctimas presentaban comportamiento similar. Al acercarse a Lady Arlington, estos jóvenes perdían repentinamente su conciencia y se convertían en lo que podría llamar títeres a las órdenes de ella. Yo mismo padecí estos efectos; tal vez por esto todos sus sirvientes son autómatas. Pero sucede que al observarla hablar con Lady Arlington esta noche, pude notar que usted no reaccionó igual.

—¿Por qué es esto? —pregunté.

—Lo desconozco, pero atribuyo el efecto a una sustancia que produce uno de los inventos que guarda con recelo. Entonces, ¿cuento con su ayuda?

Recordé entonces la manera extraña en que el joven Wight se comportaba durante la velada y la atención que dedicaba a Lady Arlington. No pude más que responder:

—Definitivamente. 

Lady ArlingtonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora