Sin permitirme hablar, el mayordomo sujetó mi brazo con fuerza y consiguió arrastrarme hasta la antesala de la mansión.
Debo admitir, incluso bajo los acontecimientos que ocurrieron después, que este incidente hizo que me molestara con la señora Wight y en algún momento me planteé qué hubiese sucedido si ella no tuviera aquel problema con la bebida.
No obstante, era un hecho que la señora Wight tenía un problema con la bebida.
Según explicó el mayordomo, no sin soltar varios gritos e imprecaciones, ella había atacado a un sirviente que repartía las bebidas que llevaba consumiendo toda la noche. El pobre camarero no pudo más que rezar un padre nuestro antes de que la señora Wight se le lanzara encima y que juntos fueran a golpear contra uno de los inventos en exposición; este, a su vez, disparó una serie de bocadillos que llovieron sobre los invitados en los alrededores.
Una vez que me disculpara en nombre de la señora Wight y prometiera que ella no volvería a acercarse a la mansión, el mayordomo nos echó a la calle.