Epílogo:

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Y fue así como finalmente Margarita fue nombrada lanueva Reina de Celciem. Pero cómo llego Margarita a Cuarsiem es otra historiadistinta, Marcel. Ya es tarde, debes dormir—. La voz de su madre eradulce, aunque al final de su tono se podía escuchar el estrés. Marcel, de tansolo diez años, yacía acostado en la cama, con su cabello rubio desparramado enla almohada y sus ojos azules brillando frente a la luz de la lámpara de nocheque iluminaba su habitación. Figuras de caballeros y dragones reposaban sobre sucómoda, y hacían juego con su sábana donde se podía ver un enorme castillo deladrillos grises. —Sabes que en la mañana siempre nos retrasamos, ycon el tráfico del diablo que se hace fuera del colegio no vas a llegar.  

Natalia, de cuarenta y ocho años era la madre del pequeño. Inteligente y audaz era soltera, fuerte, su modelo a seguir, pero no más que los caballeros que ésta le leía cada noche en sus historias. Solía ser fría y dura cuando era necesario, como buena abogado, pero el amor rebozaba de ella cuando se trataba de Marcel. Ambos vivían en un apartamento bastante amplio al centro de la ciudad. Dos habitaciones y un baño, pero de enormes sala y cocina, donde el pequeño siempre encontraba una manera de imaginar cómo sus personajes de cuento cobraban vida alrededor de él.

Eran ya las diez y veinte minutos de la noche, y a prácticamente dos kilómetros del colegio, era poco probable que el pequeño llegara a tiempo si se levantaba tarde, pues el tráfico ralentizaría el camino, a no ser que éste fuese en pijamas. —Vamos mamá, solo uno más... Al menos quiero saber por qué Margarita no sabía de su padre... O la historia que contaste de Nicolás el otro día. La de...—

—No es no, Marcel. — lo interrumpe esta. —Es hora de dormir—. Acto seguido, Natalia besa su frente, apaga su lámpara, y se iba a la sala a ver el noticiero nocturno como todas las noches, pero el chico, emocionado por seguir conociendo la historia, no podía conciliar el sueño.

Una serie de noticias que él no comprendía sonaban mientras la madre de éste exclamaba comentarios en voz alta. Algo sobre manifestaciones y reformas económicas. Política, personas apresadas y otras en la pobreza, detalles sobre un gobierno que él creía no conocer, o personas con las que él no convivía cada día. << ¿Hasta cuándo? >> decía Natalia. Le recordaba al chico a las veces que ella solía susurrarle a la radio cosas como << ¿Cuándo nos vamos a ir? >>, cuando se quejaba con sus compañeras del trabajo e incluso cuando sollozaba frente a las noticias.

Las exclamaciones de su madre fueron disminuyendo junto a la altitud de su voz. Un ruido, como un chirrido, se hacía cada vez más fuerte; como si introdujeran un metal hirviendo en agua helada. Poco a poco, la sala se iba inundando con el sonido, opacando todo a su alrededor. Brillo; una luz comenzaba a cubrir las paredes, aumentando su intensidad a medida que el alarido metálico comenzaba a hacerse ensordecedor. Por alguna razón, esto ayudaba a Marcel a recordar imágenes de su día a día, imágenes que había visto en las noticias, o comentarios que había escuchado su madre en la radio. Tal como en la tiranía de Romina, las personas sufrían poco a poco mientras alguien en el trono no reconocía el valor de nadie más que sí mismo. Pero no en todos lados había un Nicolás o una Emilia que se dispusieran a cambiarlo todo, o al menos no uno que viviera el suficiente tiempo como para poder causar algo real.

Desesperado, Marcel se arrodilló para comenzar a sacar con rapidez todas las gavetas que había en los laterales de su cama intentando encontrar de donde venía el ruido. Calzoncillos y camisas volaban por los aires mientras en medio del desorden, la luz se hacía cada vez más cegadora. De pronto, la pequeña mano del chico abrió una última, haciendo que todas las luces se apagaran, y sus oídos dejaran únicamente un zumbido incesante gracias a la desaparición del ruido. Un cofre de cuero oscuro se encontraba dentro de ésta, largo y polvoriento. Lentamente, se dispuso a abrirlo con incertidumbre, para encontrar una larga espada que lo congeló al tacto; colocando su mano sobre la empuñadura, pudo ver como en la hoja brillaban letras que formaban una frase en un idioma que no conocía. No era pesada, pues podía levantarla con facilidad.

Poco a poco, el pequeño Marcel entendía que el sonido anterior no era un chillido, sino un llamado del metal. Atónito, observó a la espada con cautela, detallándola, sintiéndola; poniéndose cuidadosamente de pie y cerrando los ojos para recordar todo lo que había leído mientras las imágenes volaban poco a poco por su mente, resonando con palabras mientras iban llegando, y, sin pensarlo dos veces, la alzó con fuerza al aire, apuntando al cielo. 

Érase Una Vez.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora