El VALLE DE GODRIC

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El joven contemplaba la negrura de la noche, de pie, inerte y absorto en sus pensamientos. Empuñaba la varita con más fuerza de la necesaria, aunque no había indicios de que algún enemigo estuviera al acecho. James no respondía a sus llamados, lo cual resultaba inusual.

Su amigo era de naturaleza inquieta y Black estaba al tanto de lo difícil que se volvía para James, considerado el más temerario de los Merodeadores, mantenerse recluido entre cuatro paredes sin poder colaborar con la Orden. Las cosas no mejoraron cuando Dumbledore le pidió prestada la capa invisible, el único artilugio que le permitía salir de vez en cuando. Si algo aliviaba esos largos periodos de aislamiento, eran las conversaciones y noticias que Sirius, su mejor amigo, a menudo le compartía a través del espejo de doble fondo.

¿Habría pasado algo? ¿James, en su desesperación, habría decidido salir del Valle de Godric para estirar las piernas?

 «No, nunca lo haría sin su capa y mucho menos por un motivo tan banal» pensó, «... y no importa cuán aburrido se sintiera, Lily jamás se lo permitiría».

Sirius sacó el espejo (por quinta ocasión) del bolso de la cazadora y echó otro vistazo al cristal, esperando encontrar algún reflejo que sosegara esa insoportable incertidumbre. Una vez más, solo vislumbraba el silencioso y apagado techo blanquecino de la cocina de los Potter en el Valle de Godric. Bufó. Era el mismo panorama exacta y angustiosamente igual desde hacía veinte minutos.

Estaba consciente de que Voldemort estaba desesperado por encontrar a la familia Potter. Bajo el clima de actual de caos y paranoia, le era inevitable que cruzaran por su mente los peores presentimientos. Sin embargo, también estaba más que convencido de que cualquiera que buscara a la familia Potter (y que tuviera un mínimo de sentido común) recurriría primeramente a interrogarlo a él.

Sirius era el más cercano a la familia Potter, todos lo sabían. Se podría decir que esto era un dato de conocimiento general para cualquiera que fuera parte de la comunidad mágica. Y hasta ese momento no había vestigios de que algún mortífago o morador sospechoso estuviera rondando las cercanías de su morada.

«Quizá James se quedó dormido y olvidó el espejo sobre la mesa» dedujo y enseguida pensó «¡Joder!, de ser así yo mismo te mataré Cornamenta, luego te reviviré y te haré un encantamiento de adherencia en el tapiz de tu habitación».

Miró por última vez el cielo nublado antes de guardar el espejo de nuevo en el bolsillo, a continuación Inhaló aire profundamente y soltó el mismo cerrando los ojos al darse cuenta de lo que debía hacer.

«Dumbledore me matará» vaticinó tras decidirse a romper el protocolo de emergencia que el director de Hogwarts y líder de la Orden había previsto en casos de que algún miembro de la organización estuviese en peligro. «James no está en peligro» se justificó, «Tan sólo verificaré la razón por la que no contesta los llamados» intentó convencerse a sí mismo.

Cerró por completo la cremallera de la cazadora y tomó las llaves de su motocicleta, arrancó el motor y puso en marcha el vehículo. No escatimó en velocidades, precauciones y hasta pasó por alto convocar algunos encantamientos de protección. Voló sin paradas ni vacilaciones rumbo al Valle de Godric.

Pasó un cuarto de hora en vuelo antes de distinguir, entre la neblina nocturna, aquella torre acampanada perteneciente a la iglesia del antiquísimo pueblo. Optó por continuar por tierra, ya que la ventisca gélida y la bruma no favorecían los trayectos aéreos. Notó los adornos de Halloween en las calles vacías y supuso que los muggles ya habrían regresado a sus casas tras dedicarse a pedir dulces, como era la tradición durante esa noche.

A medida que se acercaba a la casa de los Potter, pudo avistar desde lejos que en la entrada del pórtico la puerta se hallaba sin cerradura. Abanicaba como si algún miembro de la familia hubiera olvidado cerrarla.

Sintió un escalofrío helado perforarle la nuca. 

Frenó en seco antes de que perdiera el control del vehículo. Ahora estaba más seguro que nunca: los Potter estaban en peligro. Sintió una urgencia por llegar a esa casa cuanto antes. 

Hizo rugir la motocicleta y aceleró tan rápido como el motor se lo permitía. Cruzó el tramo faltante de calle, y apenas estuvo lo suficientemente cerca, desbordó tan rápidamente que no se percató que la moto había caído de costado hacía los setos, rayando esa costosa pintura impoluta que tanto le enorgullecía.

  Corrió a zancadas desesperadas hacia la profanada entrada de la morada. Estaba apunto de vomitar el corazón. Se dio cuenta que Jadeaba .

Cruzó el umbral de la puerta a toda velocidad. Estaba oscuro, frío, y el aire nocturno había logrado colar algunas hojas secas hacia la alfombra de la estancia. A los pocos pasos, pisó algo sobre el suelo que crujió. Un carrito de juguete, propiedad del pequeño Harry. Sintió un vuelco en el estómago solo al pensar que algo le hubiera ocurrido al niño.

  Alzó la varita para iluminar la estancia y entonces se encontró con algo tendido sobre el suelo que le hizo perder la facultad de seguir caminando.

Dejó caer la varita al piso. Esta rebotó un par de veces antes de que aquel joven se desplomara sobre sus rodillas. No podía dar crédito a la devastadora imagen que acababa de encontrar.

 No podía dar crédito a la devastadora imagen que acababa de encontrar

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Sirius Black, Escape de AzkabanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora