El poder de los imanes

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Los Traivons tenían su propio cielo. Su propio Dios. Sus propios pecados y demonios. Su propia historia. ¿Acaso, un cielo dentro de otro cielo como la explicación de la botella de agua dentro de la cubeta?, ¿o un cielo paralelo?, ¿cómo saberlo?

Dentro del vasto conocimiento y el pródigo desconocimiento, hay algo tan simple como la imaginación sin límites que nos permite recrear esta última posibilidad. Para comprenderlo, basta con imaginar dos cielos emparejados como los dos panes del sándwich, pero en distintas dimensiones: una por cada tajada de pan.

Siendo valerosos y extraordinarios guerreros, no era suficiente para defender la ciudad y combatir el mal sin la presencia continua del dios Wol. Así lo intuyó sabiamente, y sabía que su tarea en la dimensión de la comunidad de los Traivons, sería perpetua sin ser presencial. Ya estaba escrito en sus planes.

El día llegó. El dios Wol, vestido de túnica blanca, que le hacía juego a la barba blanca y gris, que abundante se desprendía sobre el pecho para hacerle juego a la milagrosa y emblemática nobleza dibujada en el semblante, hizo su aparición en el salón contiguo a la habitación real; sostenía un cayado con su diestra que se ajustaba a su presencia.

—No existe mejor palco en el universo para apreciar las creaciones que la satisfacción de haberlo logrado —dijo mientras su mirada recorría la ciudad desde la altura del salón real—. Aldana luce radiante desde donde la mires aún sin la virtud de la visión. Los Dioses se sienten complacidos y esperan que tu raza se sienta agradada —giró levemente la cabeza en dirección a su amigo.

El rey Bridas que se hallaba cavilando a solas organizando sus pensamientos, se volvió en dirección a la voz.

—¡Dios Wol! Es un placer verlo de nuevo. ¿A qué se debe el honor? No me diga que estaba aburrido en el olimpo.

Se acercó al supremo extendiendo sus manos sobre los antebrazos, sujetándolos. El dios Wol le respondió el saludo de forma semejante en tanto daba respuesta a su comentario.

—Somos Dioses, pero no significa que seamos totalmente infalibles. Por nuestra naturaleza divina, siempre hay un motivo para argumentar cualquier salida del reino. Sobre todo, mi querido amigo, no se pueden obviar las pequeñeces de los detalles que suelen ser los más significativos —argumentó su presencia señalando con la mirada el cayado expuesto a los ojos del rey.

»Eres valeroso, rey Bridas —prosiguió—. Hemos visto por años tu sacrificio y lealtad. Aldana, es tan solo una retribución a la raza. Pero requiere de protección para mantenerla distante de las acechanzas del mal y para ejercer con temple y maleabilidad, su gobernabilidad. Dos cosas distintas, pero a la vez, semejantes. Sólo un rey sabio y de gran fortaleza física sabrá cómo actuar para cada ocasión. Pero siempre hace falta una ayuda milagrosa —dirigió la mirada al báculo antes de retornarla a su amigo—. No debes olvidar, que el mal es una sensación efervescente; a veces agoniza igual que se siente único, pero no muere ni desaparece. Una tentación nefasta que adopta la forma que sea y condimenta el sabor para todos los gustos a la espera de ser apetecida. Este artefacto que traigo, al que he bautizado: Bércijuz —le enseñó el báculo—, en honor al bien, la paz, el amor, la justicia y la razón con que los guerreros Traivons han obrado en las adversidades, proporciona más que simple seguridad, pero solo... no hace nada. Se queda en la teoría de ser un simple mástil sin significancia. Y en verdad, mi querido amigo, no es más que una asta, un simple y complejo báculo creado por el ingenio de los dioses, y es a mí, como tu Dios creador y protector, que me corresponde entregarlo. Guarda los más profundos secretos y detalles que un simple cerebro marino no alcanza a dimensionar, ni siquiera tu sabiduría, rey Bridas, por lo que no debes mirar ni apegarte a su superficie.

Ante el ofrecimiento, el rey lo tomó en sus manos con la delicadeza entrañable con que se recibe un hijo. Tenía su propio nombre: Bércijuz, lo que lo convertía en su padre y a la vez, su protector.

El reinado de los TraivonsWhere stories live. Discover now