La decepción de Fabrich

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El enamoramiento fue un premio sentimental que acompañó a los deportistas más destacados. Al menos, así ocurrió en Aldana. Fabrich ya había logrado el propio desde la escuela, dos años atrás. Anarina era su despampanante novia, o al menos, era lo que parecía. Un traivon hembra de color gris metalizado en el lomo, con algunos reflejos verdes como si fueran franjas de algas y moluscos tatuados a lo largo de la piel brillante y sedosa; de cabeza chica, boca grande, ojos redondos y pequeños, y de mirada enamorada y atrevida cargada de afecto positivo en exceso. La atracción por Fabrich no se debió sólo a su talento en el deporte. En parte, se debía a su enérgica alegría y decoro con que trataba a los demás, en especial a las hembras de todas las comunidades. Algo que valoraba Anarina más que un esbelto cuerpo, o que la fortaleza física para competir.

La inteligencia de Fabrich igual hizo de las suyas, aunque en menor escala a la de su novia. Era apuesto, atlético, respetuoso y de buen humor. La modestia era su gran defecto. Luego de que fuera ovacionado como uno de los mejores deportistas y el capitán del equipo de polo acuático: "los Medias Azules", el engreimiento ascendió de nivel. Tras el correr de los días, la insolencia se había convertido en un humor natural que le brotaba por las escamas. Anarina no imaginó sentirse desconcertada por esta trivial situación, pero debió experimentarlo, cuando los sutiles reclamos a su novio Fabrich, promovieron el mal genio y las rabietas sin sentido creando conflictos en la relación amorosa de la pareja. Siendo todavía joven, la madurez escaseaba igual que el sentido de la responsabilidad.

Como un desconcierto cantado para Aldana, fue precisamente en el albor de los quintos juegos deportivos donde su extraña conducta afloró. Luego del primer tiempo del encuentro de polo acuático, el día de la inauguración, cuando la efervescencia de la paz con su encanto mágico rondaba en las relaciones entre las distintas comunidades a través de un grito eufórico que hizo posible la sana competición, Fabrich sintió las garras de un malestar arrancarle cada insulto pasado, cuando su novia Anarina, decidió marcharse poco antes de iniciar el segundo tiempo, negándose a platicar con él. Las razones eran claras como peces en el agua. El hilo del amor había sido reventado por el propio Fabrich desde el día anterior, cuando de forma descarada, la despreció por corresponder con algunos coqueteos ajenos. Una actitud inocente al suponer que tenía todo el derecho de herir los sentimientos de su novia y desestimar un reclamo justo que consideró sin importancia, pero ella, herida, desoyó las palabras de autoridad que Fabrich trató de implantar en segundos. No estaba dispuesta a tolerar la humillación nacida de la rebeldía de un joven inmaduro.

Al día siguiente, se dio inicio a las demás disciplinas deportivas. Anarina decidió abstenerse de asistir a los eventos. Por casualidad, su amigo Parondas tomó la misma decisión. El día anterior decidió acompañarla a casa cuando su corazón desfalleció por la actitud insidiosa de su novio. Fabrich advirtió el comportamiento de su amigo que calificó con la turbia expresión de su mirada, como un hecho tramposo y desleal. La veía como una actitud conspiradora contra su corazón que comenzaba a sentir los latigazos del desprecio. Así lo intuyó con la ausencia de los dos a las olimpiadas que nadie quería perderse. Durante la primera semana con la presencia casual a ciertas competencias, Anarina lo eludió hasta en el más mínimo saludo. Era claro que quería darle una reprimenda psicológica. Los días transcurrieron con una baja emocional que comprometió el liderazgo de su equipo. La desconcentración originada por la demencia fantasiosa de sus culpas, comenzó a taladrar en su cerebro con vibraciones de enojo que debilitaron su rendimiento, hasta hacerlo víctima de un temor infundado, al punto, de ver agonizando su orgullo.

La insatisfacción de los Traivons comenzó a importunarlo con los reclamos y las burlas, y rápidamente, se convirtieron en fastidiosas escenas para atormentar su endeble estado de ánimo. Como si no le importara, actuó de forma despreciativa con sus compañeros de equipo. Había olvidado que el azar, es una especie de conjuro que a veces tiende a cambiar de actitud, y esta vez, no estaba dispuesto a complacerlo en su animadversión. Los seguidores optaron por sentirse desconcertados. No era el Fabrich de la temporada pasada.

Anarina sintió el efecto irreflexivo de su novio que comenzaba a ser una absurda molestia por los reclamos sin fundamento, causando desconcierto en los visitantes de otras comunidades. Algo que el rey Bridas y Lucefa, aún desconocían. Se sintió responsable de alguna culpa, pero al reflexionar sobre las heridas emocionales que aún le dolían por su comportamiento perturbado de días atrás, consideró necesario, que debía aprender a doblegar el orgullo ante un poco de humildad repentina; así que, decidió ignorarlo. Pero el sentencioso orgullo, ya había anclado en otras ocasiones en la imperiosa conducta de Fabrich. Aquel desapacible verbo sin conjugar que su padre cuestionó con dureza en más de una ocasión, en quien supuestamente, habría de ser el sucesor al trono, y que su madre defendía con la razón bruñida por las entrañas maternales, al considerarlo un acto consecuente de las rabietas de momento... pero inofensivo.

El bajo rendimiento deportivo de su equipo los Medias Azules, le produjo un leve malestar que se coló entre las venas como elixir para lacerar la presunción. Por primera vez en las olimpiadas, la comunidad de las Cecaelias tomaba la delantera en la disciplina de polo acuático. Fabrich, de forma atrevida, relacionó el rendimiento con la calidad de los implementos deportivos y lo acuñó con un poco de mala suerte. No estaba dispuesto a reconocer la verdadera razón y su autoría en los resultados. Una razón natural que truncaría el destino por su orgullo, y un destino en el que su exasperado comportamiento tendría mucho que ver. Sobre todo, para que su amigo Parondas se convirtiera en el lazarillo emocional de su novia. De todos los dolores acaecidos, era el que, en definitiva, más le atormentaba.

Jamás se le ocurrió pensar que su mejor aliada por años: la suerte, se pudiera convertir en su verdugo. El partido contra los "Rebeldes del océano", predijo una colosal derrota desde el inicio del juego, que saboreó doblemente la amargura cuando alcanzó a divisar a su novia Anarina, coqueteando con su mejor amigo, o al menos, era lo que parecía. Lo trágico fue que, ante su desconcierto, la mejilla sonrojada de Anarina recibió un beso alentado de Parondas, que su corazón, carente de la armadura del elogio y desacreditado por la vergüenza de sentirse humillado y traicionado en público, creyó desfallecer.

Los Rebeldes iban adelante en el marcador en la primera parte del juego con una considerable ventaja. Sería la segunda derrota consecutiva. La algarabía de los hinchas ante el posible resultado, fue acompasada con vociferaciones que la hicieron parecer música oceánica de mal gusto. El fuerte temperamento de Fabrich se manifestó en el delicado contorno de su rostro. La momentánea palidez devoró cada centímetro alentado de la piel hasta hacerlo parecer un muerto en vida. Lo acontecido fue de tal magnitud, que no hizo falta la fluorescencia para ver la manifestación de los detalles. En segundos, el color grisáceo sobre el lomo comenzó a decolorarse con la ira. Se puso frenético sin que su novia se diera por enterada. Su madre, que ya había olfateado la situación, trató de detenerlo entre susurros maternales dialogando a solas con el pensamiento:

«Fabrich, ¿a dónde vas?».

Pero Fabrich, cegado por el delirio repentino, no se esforzó en prestarle la menor atención a aquel pensamiento necio que no existía. Se dispuso a desertar del partido con la única idea que rondaba en su cabeza: el escape.

—¡Fabrich, detente!

Esta vez, la voz audible de su madre al levantarse de la silla, llamó la atención del público que, estupefacto, observó como el jugador favorito de los Medias Azules, se retiraba del encuentro sin motivo alguno. La actitud rebelde generó asombro entre los espectadores y compañeros de equipo. Pero en su cerebro, ya era un asunto sin importancia. Estaba decidido a partir hacia donde el dolor lo condujera. La reina Lucefa, con su sexto sentido bien desarrollado, comprendió lo que había ocurrido sin que su esposo ni Anarina lo notaran.

El rey Bridas permaneció inquieto, sentado en su silla, dejándose manosear por los interrogantes que en su cerebro permanecían de pie, cuestionando la actitud de su esposa ante la ingenuidad de lo ocurrido:

«¿Qué pasó?» Meditó para sus adentros, pero no hubo respuesta alguna para la voz que no se escuchó.

La inocente Anarina ajena del suceso, tendría que sentirse culpable por el gesto sentimental de Parondas, que su íntimo amigo Fabrich no interpretó como debía. Ya se enteraría en su momento. Pero él no estaría para una sencilla explicación. Por su terquedad e inmadurez la vida daría un vuelco en la ciudad de trescientos sesenta grados. Y pasaría un buen rato para que su novia y su amigo Parondas comprendieran lo ocurrido.

El reinado de los TraivonsWhere stories live. Discover now