Miedo.

734 76 13
                                    


Primera parte. Miedo,
antes.

1. Draco Malfoy en negación, (guerra mágica)

Si algo es que había de cierto en el mundo, (mágico, y no mágico también), era que Draco Lucius Malfoy no sentía miedo alguno por nada.

Había vivido una guerra completa a mediados de su adolescencia, hacía sólo un año atrás, y no había formado parte precisamente del lado de la luz. En realidad, había sido el mortífago más joven de la historia. Un puesto que no le había dejado más que humillación y desconfianza de los otros magos de su generación, —algo que le inclinó a desaparecer de Inglaterra por unos meses antes de recibir una carta de Hogwarts, en donde la nueva directora, Minerva McGonagall, le pedía regresar al colegio de magia y hechicería— pero, ¿Cómo culparlos cuando Voldemort había sido amo y señor de su familia? Cuando su tía más cercana se trataba de nada más y nada menos que la temible (y por demás despreciable) Bellatrix Lestrange. Era proveniente de Slytherin, la casa de la cual, todos desconfiaban. Su apellido, que antiguamente le había traído nada más que fama y buenos tratos, ahora era la desgracia de Inglaterra. Eso  hablaba por sí mismo, de cualquier modo.

No es que nunca haya sentido temor alguna vez, eso por supuesto le sucedía a cualquiera. Como cuando le castigaron por estar a altas horas de la noche fuera de la cama el primer año, en el que había salido corriendo cuando estaba con Potter en el bosque. No obstante, nada se comparaba con el miedo irracional que te lleva hasta estar al borde de la locura. Cosa que nunca se imaginó sentir en toda su vida, hasta que Voldemort hizo su aparición, con esa piel insalubre y lengua venenosa. Con ese típico escalofrío que te corría por el cuerpo al verlo.

Pero incluso ahí, muriendo del terror, no se había sentido asustado por completo como cuando vio el supuesto cuerpo sin vida de Harry Potter descansando sobre los brazos de Hagrid.

Es así como su tan segura decisión de sí mismo había terminado siendo no tan segura; siendo nada. Derrumbándose, uno a uno, como grandes cubos de hielo. Encimándose y cayendo aún más profundo de lo que creyó jamás. Aquello que su padre había logrado hacerle creer, ahora carecía de peso y sentido, porque él definitivamente no quería eso. No cuando aquello sólo significaba miseria y destrucción. No quería estándares de sangre ni más muertos de los que podría contar.

No quería que el señor tenebroso triunfara, y aunque no lo hizo, aunque Harry Potter le venció, se había llevado consigo la felicidad que tanto anhelaba tener y que no tendría. La marca tenebrosa en su antebrazo lo declaraba como un contrato de largo plazo, un pagaré o una factura. Lo declaraba tan alto como el hombre que despierta sudoroso, mirando de lado a lado, palpando su pecho y la certeza de que ha sido sólo un sueño le golpea. Comenzando a olvidarse de lo cierto en cuanto se levanta. Se ducha, con el agua corriendo sobre su rostro y hombros, mojando su pelo, tirando la mitad del sueño por la coladera. Entonces, para cuando esté preparando el desayuno, lo habrá olvidado por completo. Desaparecida en su totalidad. Y trata de ser feliz en medio de la ignorancia, riendo de los chistes malos de su colega y sonriendo para el mundo entero, hasta el próximo encuentro: cuando regrese a casa, intente dormir... y la pesadilla aparezca, declarando el hecho que se ha convencido de olvidar. Pero siempre, recordándolo.

Había sollozos, pobreza y muerte. Cuerpos tirados en cada cuadra, surcos de lágrimas en cada cara. Nunca pensó que la victoria se sintiera tan cruda después de una pelea injusta, quedándose completamente rendido en la victoria con sabor a fracaso.

Hogwarts estaba fría, entre tanto escombro y restos de miseria. Verlo así, era cómo pararte frente al cadáver de un ser querido. De un viejo amigo de la infancia. Algo dentro moría también al estar ahí. Quizá fuera por la sangre que manchaba las paredes caídas, que uno se sentía desangrar por dentro, o quizá por la soledad que la misma piedra producía. Draco no podía precisar qué era, pero ver a Hogwarts destruído era algo que rompía el corazón del más fuerte y él —que había perdido, amado y llorado entre esas derruidas paredes— no era la excepción.

No había pasado mucho desde la batalla final y las heridas todavía estaban frescas en magos y sitios. La piedra también había sufrido los golpes de la guerra y Hogwarts se había convertido en un enorme recuerdo viviente, que viviría por siglos y siglos más allá.

Cuando la guerra había muerto, al igual que Voldemort, la magia allí parecía haberse ido junto con él, dejando sólo lugar al dolor; incluso las criaturas mágicas del bosque prohibido lo sentían y acompañaban todo con un extraño e irreal silencio en las cercanías. Donde antes el aire había estado lleno de los sonidos propios de la vida, ahora sólo el silencio y la brisa de la noche azotando las hojas de los árboles podían oírse.

Después de todo aquello, la caza de mortífagos no tardó en llegar. Las construcciones se levantaron de las ruinas y la vida siguió su curso. Y los Malfoy salieron de escena.

Ellos, que habían terminado neutrales ante los bandos atacantes y estuvieron tan cerca de probar Azkaban por carne propia, habían salido bien parados de la guerra y necesitaban alejarse antes de que lo magos rencorosos lo tomaran en contra.

Al contrario de lo se creía, el Ministerio no había tomado de sus propiedades ni acciones dentro o fuera del Londres mágico, nada sobre la fortuna de la que solían jactarse. Es así, como su familia había tenido la posibilidad de posponer la realidad que tarde o temprano estaría por abrumarles.

Casi podía escuchar la voz del profesor Snape riñendoles, atribuyéndolo a un acto de absoluta cobardía. Escapando, huyendo, posponiendo, ¿que aquello no era lo mismo?

Pero, no.

No lo escuchó, no lo atribuyó a la cobardía, no huyeron, ni escaparon, ni lo pospusieron y Snape no estaba ahí. Sus regaños faltaban al igual que sus brazos, la potente voz y su cruda forma de ser no estaban más. No está, no estaba ni estaría, no ahora, no de nuevo. Y probablemente, no nunca.

Severus Snape, su mayor figura paterna después de Lucius, su padrino, el hombre que le había enseñado todo lo que sabía, había muerto entre los colmillos venenosos de una serpiente descarada.

Aunque no sólo se trataba de él. El lado oscuro se había cobrado las vidas de muchas personas, que aunque no sin culpa que cargar en sus hombros, si se habían tratado de humanos de carne y hueso. Iniciando por Severus Snape, un hombre honorable, y continuando con los nombres hasta lares insospechados. Luego le seguían las largas listas en las que mencionaban a Fred Weasley, con Sirius Black, incluyendo a Remus Lupin y su prima Tonks, Dumbledore, hablando de Vincent Crabbe, el pequeño Colin Creevey y más cuerpos que su conciencia no quería cargar. Y aunque él seguía ahí, con pulso y respirando, lo único que era cierto, es que algo de él murió con ellos en batalla, en soledad.

El antiguo Draco Lucius Malfoy, quien no sentía miedo por nada, —que despreciaba a los sangre sucia y muggles, quien creía ciegamente en lo que su papá le inculcabahabía muerto.

Para siempre.

BURN (Drarry)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora