Prólogo

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Durante el alba, una joven de Lenci había sido brutalmente asesinada. Su cuerpo, destrozado e irreconocible, había sido arrastrado colina abajo, dibujando un macabro reguero de sangre y vísceras en la hierba roja. La aldea entera se conmocionó ante la noticia, nadie fue capaz de hallar las palabras para describir la pena y el miedo que sintieron ante tal atrocidad.

-Bestias, sin duda. Lobos, una inmensa jauría de ellos.- expuso el médico del pueblo, escrutando la carne abierta y descompuesta que yacía sobre la camilla del sanatorio.

-Absurdo. En mis casi cincuenta años viviendo aquí nunca se ha visto nada parecido. Ha habido multitud de muertes por lobos, sí, pero ninguna con un resultado tan… tan horrible. Las fauces de un lobo, por muchos que sean, son incapaces de desmembrar de esa manera a un ser humano. Debió ser algo mucho peor.- repuso Samuel Hara, el capellán de la aldea.

-No sé, es muy extraño. Tiene heridas claramente impuestas por garras y fauces, pero las dimensiones no coinciden con las de ningún animal conocido. Bueno, o por lo menos que yo conozca.- añadió el ayudante del doctor.

-Sea lo que sea, lo único que podemos sacar en claro de todo esto es que las colinas ya no son seguras. Dígale al alcalde que, por el bien de sus ciudadanos, declare una partida de caza a los alrededores y que advierta a todo el mundo del posible peligro; que nadie se aleje del pueblo.- sentenció el médico mientras guardaba el equipo de autopsia en su maletín de cuero.

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