Acto V: Lluvia, maldita lluvia

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El aguacero caía raudo y persistente. Las fauces llameantes se extinguieron al instante, produciendo un alivio casi milagroso en la criatura. Aníbal no podía creer la mala suerte que estaba teniendo. Con lluvia, el truco de las explosiones no le iba a funcionar y encima ahora el monstruo estaría todavía más cabreado que antes. El demonio rugió una y otra vez, mientras lanzaba zarpazos coléricos contra Aníbal. Los que no le daban a él, le daban a una roca que se hacía añicos, a un árbol que se hacía astillas o a un pedazo de tierra que se convertía en polvo. Era cuestión de tiempo que aquellas garras destrozaran al cazador, así que optó por lo impensable para él: huir.

Corrió cuanto pudo, buscando la salida del bosque, pero el barro lo ralentizaba horrores. Su cara ya no estaba tan animada como antes. Más severa aún fue su expresión cuando se percató de que el demonio de hielo le pisaba los talones y estaba a punto de rememorar lo sucedido hace unas semanas con aquellos diez hombres. El desanimado cazador fue presa del miedo y la desesperación:

-No, no pude ser. ¡Diablos! No puedo morir aquí, huyendo como un cobarde. Si no fuese por esta maldita lluvia… si no fuese porque estoy empapado y apenas puedo correr…

La bombilla se encendió y la mejor de las ideas se posó en su cabeza como la mayor de las esperanzas.

-Empapado... -repitió.

Aníbal Sauce, cazador veterano, con un par de costillas rotas, desangrándose, lleno de barro y al borde del colapso, se paró en seco, se dio media vuelta y observó como el demonio corría hacia él a una velocidad vertiginosa. Entonces, esperó.

-Dije…

A la bestia y a Aníbal los separaban cincuenta metros.

-que ibas a ser mi cena…

Treinta metros.

-¡¡¡Y lo vas a ser!!!

Diez metros. Y justo ahí solo necesitó dos segundos, agitar las mangas y observar como los hilos metálicos se arremolinaban de nuevo sobre él. Cuando quedaban cinco metros para olerle el aliento al demonio, los hilos se precipitaron contra la arrolladora mole; primero las patas delanteras, luego las traseras, cabeza, torso… finalmente, a dos metros, la criatura estaba envuelta por millones de anillos de metal. Pero Aníbal sabía que no iba a durar mucho en ese estado, debía actuar de inmediato.

-Veo que estás tan empapado como yo, bicho del demonio. Y me apostaría mis botas a que el agua te ha calado hasta los huesos. A ver cómo te sienta esto ahora…

Primero un ligero chisporroteo. Luego, una corriente que centellea desde las mangas del cazador hasta su presa. Y por último, una explosión eléctrica sin precedentes. Durante varios minutos, la tormenta dejó de estar en el cielo. Fue en aquel bosque, en las entrañas de aquella bestia inexpugnable, donde estaban estallando los rayos más voluptuosos, donde rugían los truenos más fieros y donde brillaban los relámpagos más cegadores. Después de aquello, ya no había demonio, solamente una coraza vacía y humeante.

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