Viernes, 3 de Agosto de 2012

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Viernes, 3 de agosto de 2012

Jack Malwen y Tom Stevens salían de un pequeño bar familiar al que solían ir tras el trabajo, un lugar de reunión para los policías y los federales.

Jack medía metro ochenta. Tenía un cuerpo bien definido y tonificado. Su pelo era castaño claro. De ojos que brillaban con un verde grisáceo —siempre me perdía en ellos—. Llevaba el tatuaje de su unidad de la marina; un águila y un ancla en el brazo derecho, al igual que Tom. Éste medía un metro ochenta y cinco, tenía el pelo castaño oscuro y los ojos marrón chocolate, —cosa que me hacía gracia porque era tan dulce y a veces tan amargo como el chocolate—.

Mientras iban en busca del automóvil comentaban el partido, acababan de jugar los Lakers contra los Miami Heat.

En ese instante se escuchó un ruido de carne y huesos partiéndose, junto a un golpe seco de un cuerpo al caer. Después por unos segundos se hizo el silencio y, sin más, un pequeño coro de gritos ensordecedor que retumbaba en la gran avenida.

Eran las doce de la noche en Washigton D.C.

Jack Malwen, agente del FBI, caía abatido de espaldas al suelo. Cerraba y abría sus ojos rápidamente, intentando procesar lo sucedido, sólo notaba el frío asfalto y un dolor desgarrador. Su corazón se aceleró frenético; sentía sus pulsaciones en los oídos. Intentaba pensar pero no lo lograba, todo estaba borroso. Oyó una voz a su lado. «¿Quién es? Es Tom, mi amigo, mi compañero», se dijo a sí mismo. El cansancio se apoderaba de él; se le cerraban los ojos, pero Tom no le dejaba dormir.

—¡Háblame Jack! ¡Joder, no dejes de mirarme! ¡Jack, Jack! Eso es, tú sigue mirándome, ¿Vale? ¡Háblame! —Tom presionaba fuertemente la herida de su amigo.

—Estoy confuso. —Jack intentó incorporarse pero Tom no se lo permitió.

—Ni se te ocurra moverte, te han disparado —indicó mientras escudriñaba en sus bolsillos en busca del teléfono móvil.

—¿Me han disparado? ¿Pero quién? —No entendía nada.

—Aquí el agente Stevens del FBI, agente herido, dos cuatro, envíen refuerzos a la Avenida Pennsylvania, posible francotirador, sin confirmación visual.

«—Aquí centro de mando, la ayuda va en camino».

—¡Oye! Amigo, he pedido ayuda, tú sólo aguanta, ¿vale? —Mientras, buscó en su lista de contactos.

—¿Sara? Soy Tom, ¿Dónde estás? Ha pasado algo y necesito que vengas, estamos junto a la Plaza Memorial, cerca del bar de siempre. Date prisa. —Colgó y volvió a centrarse en Jack. Su pulso cada vez era más débil.

Tom observó su alrededor; hacía un momento, unas pocas parejas, cogidas del brazo o de la mano, paseaban riendo y cuchicheando tranquilamente, otras personas salían de sus oficinas, a pesar de que era verano no todo el mundo disfrutaba de vacaciones.

Tras un segundo volvió a la realidad; «¿Mi arma?», pensó, la cual había sacado cuando Jack cayó al suelo, estaba tirada junto a ellos, donde la había dejado cuando se dio cuenta de lo que le había ocurrido a Jack.

No llevaban el chaleco, justo terminado su turno habían ido a cenar. Tom no entendía nada y seguía intentando buscar una explicación lógica para todo aquello; últimamente el Jefe Slate los había tenido trabajando en casos financieros, evasión de capitales, fraudes, etc. Lo único peligroso eran los desfiles de abogados de grandes empresarios que les amenazaban continuamente con demandas al departamento.

En pocos minutos empezaron a oírse y verse las sirenas de los coches de policía, del FBI y de la ambulancia; visto desde fuera debía parecer un desfile con luces de colores y música estridente pero sin banda ni concierto, sólo un amigo, un buen amigo tirado en la calle.

En ese momento empezaron a cerrar el perímetro y a buscar al tirador.

—Acabo de llamar a tu chica, así que haznos un favor y aguanta, ¿vale? —Tom temblaba como nunca antes había hecho.

Era la primera vez que le pasaba algo así, había estado en situaciones mucho peores, como cuando lo secuestraron en Kandahar, o cuando casi vuelan por los aires en Kabul, pero nada le afectó tanto como ver que se iba su amigo, y de esa manera. Su rabia iba en aumento.

El médico y el ATS llegaron en unos minutos, pero le parecieron horas. Abrieron su camisa, se podía ver un orificio en el pecho. El ATS le puso una vía con suero intravenoso, mientras, el médico se ocupaba de taponar y fijar la herida. La bala había perforado una arteria o un pulmón, en ese momento no lo tenía muy claro, pero estaba haciendo de tapón, el problema era que al moverlo también podía moverse el proyectil.

No había nada que hacer, sólo llevarlo al hospital lo antes posible, donde estaban preparando un quirófano para operarle. El médico sacudió la cabeza y puso la mano en el hombro de Tom, estaba a punto de morir; Jack, el que tantas veces lo había salvado, desde pequeño de los gamberros del barrio, a los guerrilleros en pleno desierto, ese que siempre había cuidado de él.

—Jack no te vayas aún —le suplicó, y por primera vez rezaba a su manera, sabía que yo no andaría muy lejos, mi oficina se encontraba a unas manzanas, en la Avenida Indiana, junto a la Corte Superior de D.C.

Cuando recibí la llamada ya iba hacia mi coche; tras colgar fui en su busca.

Mientras yo conducía lo subieron a la camilla para llevárselo al hospital. Lo estabilizaron tanto como estaba en su mano.

Cuando Tom miró a los ojos de Jack vio desesperación en ellos, sabía que no le quedaba mucho y tenía tantas cosas por hacer todavía. Sólo tenía treinta y siete años y le quedaba lo más importante por hacer, pero sabía que no iba a poder.

Cuando llegué estaba el cordón policial, el agente me dijo que no podía pasar, le enseñé mi credencial de la fiscalía y grité con urgencia en mi voz:

—¡Tom!

Tom pensó en lo dulce que siempre había sido mi voz con Jack y con él, pero en aquel momento no, esa vez el miedo invadía todo mi ser, yo lo sabía, sin que me lo dijera lo sabía, siempre tuve esta conexión con Jack, desde el momento en que nuestros ojos se cruzaron, ya hacía dos años desde entonces.

Me acerqué a él y le acaricié el pelo, intentó decir algo, así que me acerqué más para que pudiera susurrarme al oído, le besé y se fue, Jack estaba muerto.

Tom me agarró mientras lo metían en la ambulancia, nos caían las lágrimas sin control, mis rodillas flaquearon y nos quedamos abrazados, no podía ni mover mis labios, no habían palabras para describir el dolor que sentíamos en ese momento. Era como si algo estrujara nuestro pecho, nos faltaba el aliento.

El mundo seguía girando, pero para nosotros el tiempo se había detenido.

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Silencio a MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora