Viernes, 20 de septiembre de 2013

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Viernes, 20 de septiembre de 2013

Sonó el móvil. Yo estaba tirada en la cama y casi no podía respirar. Llevaba tanto tiempo sin descansar bien que me quedé tal cual caí; bocabajo, con la misma ropa de hacía dos días. La noche anterior estuvimos buscando pistas en un bar, hablando con confidentes y la mezcla de olores no era muy agradable; entre el ambientador de la habitación, el desodorante, el perfume y la ropa apestando a humo me estaba asfixiando.

El móvil siguió sonando y no iba a parar hasta que contestase. Las únicas luces de la habitación eran la del maldito teléfono y la del despertador, con su luminaria verde, señalándome, como si se burlara de mí. Eran las tres y media de la madrugada, no hacía ni dos horas que me acosté. Miré hacia mis pies; al menos me quité los zapatos.

Apenas podía levantar la cabeza e iba dando manotazos por la mesita hasta localizar el maldito trasto, que no paraba de cantar; si no hubiese sido porque lo necesitaba, lo hubiese lanzado lo más lejos posible. ¡Maldita sea! Me deslumbró tanto la pantalla que me costó encontrar el botón de descolgar.

—¡Al fin! —Oí una voz familiar al otro lado del aparato.

—¿Qué pasa David? —pregunté aclarándome la voz; tenía tan reseca la garganta que apenas podía hablar. Me informó que teníamos un caso—. Está bien ya voy, dame diez minutos —contesté intentando ponerme en pie; no tuve mucho éxito y me caí de lado mientras colgaba.

Por un momento me quedé en blanco intentando recordar mi sueño; llevaba mucho tiempo recordando la noche en que le perdí. Después de aquello, dejé nuestra casa y me mudé a un apartamento al lado de mi oficina, así nunca llegaba tarde al trabajo, que era lo único que tenía sentido en mi vida por ese entonces. La casa no la vendí, seguía igual que aquella noche, igual que la última vez que él estuvo allí; mis cosas, la gran mayoría de ellas, continuaban en aquel lugar que, una vez, fue nuestro hogar.

Todavía no habíamos cazado al asesino de Jack; ya había pasado un año desde su muerte. Ese día dejé la fiscalía y entré en el FBI, por suerte, mi Licenciatura en Criminalística y Criminología, más el Máster en Psicología forense, ayudaron mucho a que me graduara con rapidez. Desde entonces, perseguí al asesino de Jack; no con mucha suerte, pero, mientras tanto, había que resolver otros casos.

Me puse en pie. Mientras iba hacia el baño, dejé tirada mi ropa; no podía seguir con los mismos tejanos y camisa otro día más.

Después de una rehabilitadora y refrescante ducha, y con mi ropa limpia; elegí el traje negro y la camisa blanca, como casi todos en el FBI, me dirigí a mi coche.

Al llegar a Park Street me encontré con el circo de siempre; los coches patrulla cortando la calle, una cinta amarilla cerrando el perímetro y una larga cola de mirones. Por suerte, aún no había llegado la prensa con sus cámaras y focos. La vía estaba llena de gente, sobre todo turistas, ya que en esa zona se encontraban todos los bares y antros de moda.

Por fin logré aparcar mi Chevi Suburban nuevo; el último que me designó el FBI acabó como un queso gruyer después de una persecución a unos ladrones de bancos. Se liaron a tiros contra nosotros, por suerte, los únicos heridos fueron mi coche y ellos.

Miré alrededor y no entendía qué pintábamos allí; al parecer había habido un homicidio; lo imaginé por el furgón de la morgue, pero era jurisdicción de la policía metropolitana de Washington, no nuestra.

David Kelsey ya me estaba esperando. Era un agente novato de veinticinco años. Hacía unos meses que salió de Quántico. Era un chico alegre, simpático, trabajador, puntual y confiable; le caía bien a todo el mundo. Era atento con las víctimas y los testigos, de ahí que me gustase tenerle cerca; siempre conseguía sacar información aunque no quisieran hablar. También sabía hacerme reír, cosa que fue muy útil en eso días.

Silencio a MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora