Jueves, 28 de noviembre de 2013

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Jueves, 28 de noviembre de 2013

Eran las siete y media de la mañana en Washington DC.

Oí ruidos en la cocina. Estaba acostada en mi cama. Miré el reloj; aún me quedaba un rato de paz antes de ir a trabajar. Se oyeron risas. Me quité la morriña y me estiré de brazos y piernas a la vez que bostecé. Me levanté con energía y me metí en el baño; después de asearme y de mi ducha matutina, me vestí para empezar un nuevo día de oficina.

Mi apartamento era bastante grande; tres habitaciones matrimoniales, dos cuartos de baño completos y un aseo pequeño, el salón, comedor y cocina se encontraban todos juntos en la misma sala, justo al atravesar la puerta. Al entrar, a mano izquierda, se encontraba la puerta de mi dormitorio, a la derecha se abría la gran sala.

Al salir de la habitación me encontré a los dos hombres de la casa: Lucas y Dani. Preparaban el desayuno; huevos revueltos, beicon, café y tortitas con sirope.

Lucas Norman tenía por aquel entonces dieciséis años. Era rubio, de ojos azules como el mar y medía metro setenta y siete. Era mi hijo; bueno, no biológicamente, fue mi herencia de Jack, si como se oye; hay quién hereda dinero, casas, coches..., pero yo heredé un hijo. Así sin más, me quedé sin novio pero gané a un niño de dieciséis años.

Los padres de Lucas eran científicos, su madre era bióloga marina y su padre oceanógrafo o algo así, no los conocí; pero sé que eran amigos de los padres de Jack. Un día se fueron de expedición, dejaron a Lucas con Jack y sus padres, no tenían más familia. Y ya no regresaron jamás a por él.

Después de eso Lucas empezó a ser un chico rebelde, era normal, sólo tenía unos trece años cuando murieron sus padres. Pero la rebeldía se terminó cuando Jack se convirtió en su padre adoptivo. Cuando me lo contó ya íbamos a vivir juntos y ya no podía echarme atrás, y suerte que no lo hice. Por fortuna no estaba sola, tenía a mis compañeros y amigos del trabajo y también a Dani.

Dani Glez tiene el pelo corto, moreno, ojos negros brillantes, es más alto que yo, está en forma y la piel bien bronceada. Era un buen amigo desde hacía algunas décadas; antes de trasladarme a Florida con dieciocho años, donde estudié, pero iba y venía de Barcelona. Le conocí con quince primaveras; aunque, al principio, no es que nos hiciéramos amigos, porque, por aquel entonces, yo tenía otras preocupaciones, como salir cada fin de semana de discotecas, pasar noches de fiestas del pijama con las amigas y salir con chicos, y no sólo me refiero a los amigos. Aunque cada uno de los tipos con los que salí se convirtieron en desastres, de príncipe a rana. Después apareció alguien que me trastorno la vida y a mí. Así que tarde algún tiempo en conocerle como amigo.

No vivía con nosotros, en realidad, sólo pasaba unos días cada cierto tiempo. Era cantautor y, cuando no estaba de gira o grabando discos, dividía su tiempo entre estar con su familia y estar con nosotros.

Lucas le admiraba mucho y le gustaba tocar la batería, aunque eso tampoco evitaba que se metiera en líos. Era un chico superdotado; que le vamos a hacer, pocas cosas en mi vida eran normales, así que tener un hijo de dieciséis años superdotado, que estaba avanzado en los estudios dos años, era una de las locuras de mi vida. Cursaba su primer año de universidad; Ingeniería de Telecomunicaciones, Sistemas y Electrónica. Era un tanto delincuente...

Hacía unos meses tuvimos un pequeño problema, más bien uno gordo; no se le ocurrió otra cosa que hackear las bases de datos de Defensa y el Pentágono. Por suerte, mi posición como agente federal hizo que me debieran favores, que tuve que cobrarme.

Ese día se levantaba su castigo; tenía prohibido salir.

—Buenos días chicos. ¿Qué tal habéis dormido?

Silencio a MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora