Cayó la noche

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Cayó la noche. El Santo llevo a la cama al pobre niño mal herido, no había con quien denunciar aquel acto inhumano, solo podría cuidar de sus heridas físicas por el momento. Tardo dos día en recobrar el sentido aunque abría los ojos de vez en cuando y gritaba en sueños el nombre de su amiga. La ropa del joven estaba toda desgarrada, El Santo se preguntaba «cómo ha sobrevivido en las calles todo este tiempo», al ver su cuerpo demacrado y herido. La noche que llego José Antonio Palacios fue llevado a la habitación le cuidó las heridas, avanzada la noche se escucho un grito acompañado de un gran estruendo ocurrido en la habitación, el Padre Rodriguez corrió hacia el cuarto para asegurarse de que había pasado, cuando abrió la puerta todo estaba patas arriba: cama, mueble, sillas y otros en el suelo, un pequeño espejo quedo roto en varios pedazos. El joven yacía durmiendo de espaldas tendido en la cama «¿qué ha pasado?», se preguntó sorprendido el Padre. Al paso de esos dos día José Antonio volvió en sí, despertando bruscamente tratando de incorporarse al borde de la cama asustado.

–Padre buenos día, ¿qué ha pasado?

–Buenos día hijo, tienes dos días dormido. ¿Quieres comer algo?

–Si tengo mucha hambre.

–Pues claro tienes dos días en cama, te diste un buen golpe.

–No fui yo Padre, fue Juan Domingo creo.

–¿Por qué dices creo?

–No estoy seguro, lo que recuerdo es que estaba jugando con una pelota de cartón, luego un grito de Manuelita y zas luego un dolor fuerte aquí –señaló la nuca–, y luego todo borroso, no recuerdo como he llegado aquí.

–Ven vamos a comer.

–Padre debe ayudarme a buscar a Manuelita.

–Seguro, pero primero debemos ir a comer algo –apuntó El Santo.

–Esta bien.

José Antonio estaba emocionado por volver a comer era algo que no se acostumbraba además el Padre era una persona bondadosa tenía un carisma cálido que le tranquilizaba. Salio de la cama y siguió al Padre hasta la cocina. La pequeña zona que ocupaba el padre para comer tenia un aspecto antiguo la mesa en madera de pino, la cocina de cuatro hornillas no funcionaba así que sobre ella otra pequeña de dos hornillas eléctricas, calentó un caldo blancuzco pegajoso que sirvió al adolescente, el niño meneo con la cuchara el liquido miro con recelo, no tardó en llevarse aquel liquido a la boca.

–Es avena –soltó El Santo, sonriendo un poco al ver el rostro del niño.

–Tiene un sabor dulce, raro –espetó, mientras meneaba el caldo para enfriarlo– pero está bueno.

–Ja, ja, ja... eres un niño muy interesante –pausa y mirada fija sobre el niño–, dime José que me puedes contar de tus padres.

–La verdad es que no se –respondió sorprendido–, ellos me abandonaron de niño.

–Ah esta bien.

El Santo también se sirvió un poco y acompaño al adolescente mientras engullía el alimento, el rostro de extrañeza que dejo ver al principio había cambiado, disfrutaba del extraño liquido llamado avena.

Los alimentos escaseaban, lo que simplemente en otro tiempo era una comida fácil de obtener ahora es todo un gran logró de artimañas había que viajar doce horas a las zonas andinas en busca de alimentos que llegaban desde el extranjero, de cualquier modo los que entraban a la ciudad era por barco una zona fuertemente custodiada por Los Mercenarios que ahora brindaban sus buenos oficios al estado.

Ojos RojosWhere stories live. Discover now