El sol comenzaba a colarse entre los velos de las cortinas, dando a entender que ya comenzaba a amanecer. Se revolvió algo incómodo entre la suavidad de las sábanas, ya que el rayo más potente que había logrado entrar, también comenzó a traspasar sus pestañas, por lo que no tuvo otra opción más que quitar todas las mantas de encima, y dignarse a comenzar su día.
Siempre era lo mismo, levantarse, vestirse y hacer absolutamente nada, todo siempre lo tuvo en casa, por lo que sus oportunidades de crear lazos —ya fueran amorosos o simplemente amistades— estaban más que reducidos.
Un par de toques en su puerta le hicieron volver a la realidad, de la cual escapó unos segundos analizando bien las cosas. Sabía perfectamente lo que tenía que hacer, y lo que se venía. Al pie de la letra.
Y estaba jodidamente nervioso.
Sabía que no era el único que así sentía, su omega se encontraba igual o peor que él, le arañaba desde el interior. Solo había compartido con alfas que trabajaran para sus padres, y eran periodos cortos, no más de unos minutos, por lo que solo pensar en tener que compartir con alguien, alfa, desconocido, le daba incluso ganas de llorar.
Maldito aquél día, donde cumplía los dieciocho.
El día anterior apenas pudo dormir, e incluso lo hizo a altas horas de la noche. Su sueño se lo había robado su mente, la cual plasmaba ideas y situaciones horribles.
—¿Tommie?—levantó su vista ansioso, sabía quién era. Quien más le comprendía, ayudaba y el único que le escuchaba.
Se levantó rápido a abrir la puerta, la que dejó a la vista al único "sirviente" –Tom realmente no lo veía así– que le agradaba completamente, podía jugar como él le conocía mejor que sí mismo.
—Eddie...—murmuró al momento de que ambas miradas se unieron. Edd era mayor que él, pero aún así se trataban de aquella forma.
El castaño oscuro le sonrió con lástima, sabía cuánto había peleado contra sus padres, el montón de gritos, quejas, incluso lágrimas que habían detrás de aquél chico, quien quedó sumiso apenas su padre utilizó la voz de mando.
Luchó por hacerle entender que no era inútil por ser omega, claro que lo hizo. Aunque no logró mucho.
—Tengo que...—había comenzado a hablar, cuando el menor, de extravagantes ojos completamente negros le interrumpió.
—Ayudarme con todo lo que use hoy, o más bien, prepararme tú y yo quedarme sin opinión, como siempre te han mandado—el tono seco y deprimido que utilizó era capaz de dar escalofríos por la impresión, y claro que eso causó en el mayor.
—Hey, no digas eso. Puedes elegir tú hoy, no seas tan duro, tal vez las cosas no irán tan mal—trató de consolarlo, mientras cerraba la puerta detrás suyo.
Luego, el silencio se adueñó de la habitación. Era temprano, las ocho con quince, por lo que independiente al verano que cubría al continente, aún había algo de frío, y el cielo estaba cubierto por un manto gris, lo que le dió una idea más cercana de lo que sería bueno utilizar.
Por su lado, el más bajo solamente se sentó a la orilla de la cama, admirando el roce de la brisa contra sus piernas descubiertas, y jugando con los dedos de sus pies. Dió una sonrisa de medio lado, no podía ser tan malo, quizá... Aquél chico no era alguien malo, quizá era dulce, y amigable, sí, tal vez no era igual al prototipo de alfa que todos alaban.
—No voy a mentirte, sí me han dado instrucciones, pero... Puedes elegir cualquiera de estos cuatro—avisó entrando a la habitación, con, cuatro perchas y sus respectivas prendas.