amor correspondido

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Hada era una chica extraña. Siempre estaba haciendo cosas raras y era usual atraparla hablando sola. Era una de esas personas que resultan intrigantes a la vista, pero que son algo peligrosas de relacionarse. Sin embargo, a veces la curiosidad y el impulso eran más fuertes que la razón. Habían tenido que aprenderlo a la mala manera, ella y los valientes que lo habían intentado.

El incidente que dejó más daños, fue cuando un chico había mostrado interés. Tenía 16, su madre ya había caído enferma y su papá vivía sólo para el trabajo y las borracheras, que por esos días se volvieron frecuentes. Para ella, tener a alguien que se preocupara constantemente por su bienestar era algo completamente nuevo y no podía terminar de entenderlo. Así que dejó entrar al chico en su vida sin mucho cuestionamiento.

Ryland, 17. Un día se escapó de la escuela (nada raro en él) y vagaba cerca del bachillerato cuando vio a Hada, quien yacía en las escaleras frente a la entrada principal. Originalmente se acercó presa de la curiosidad, pensando que estaba inconsciente o muerta. Se llevó tremendo susto cuando, al inclinarse para verle la cara, la chica hizo un movimiento espasmódico para incorporarse, haciéndolo saltar y retroceder. Maldijo en voz baja.

-¿Estás bien?- no podía dejar de observarla. ¿Quién rayos se tira de esa manera frente a su escuela porque sí? La manera en que la chica lo miraba le recordaba a los lémures; ojos asustados y en estado de alarma. Comenzó a sentir la necesidad de explicarse con urgencia, se sentía como un idiota -Perdón, pensé que te habías caído o... algo- decidió omitir su segundo pensamiento.

Ella soltó una risa, y entonces se le afiguró más a un hámster. Sus ojos redondos y grandes ya no mostraban temor, sino más bien simpatía... y hasta tenía los cabellos rubios. 

-Vaya, lo siento- dijo aún soltando pequeñas risitas. Su voz era queda, pero dulce y cálida, sin duda alguna.

-¿Lo haces con regularidad?- no sabía qué hacer o decir, así que dejó salir la pregunta por mera curiosidad, esperando que no sonara tan raro.

-¿Hablar con extraños? - no esperó respuesta - Ni siquiera hablo con conocidos, así que no.

No supo cómo responder a eso, ¿en serio consideraba más raro hablar con un extraño que estar tirada en el piso? ¿Y por qué actuaba como si nada ahora?

-Era broma. O sea, en serio no hablo con conocidos, pero, ya sabes, lo del piso... - Hubo un silencio corto, pero no se volvió incómodo porque los dos estaban igual de nerviosos- No quería entrar a matemáticas.

-Por eso mismo estoy aquí, pero jamás habría pensado en acostarme en la calle y esperar a que la clase acabara... Muy tonto, ¿eh?- No sabía por qué seguía ahí o, mejor dicho, por qué seguía hablando con ella, pero decidió que le agradaba. Era relajante saber que no era el único cobarde que huía de sus responsabilidades.

-Es primera vez que lo intento, cortaron los árboles del patio trasero recientemente y se sienten un poco... vacíos-  sus ojos se abrieron ligera pero notoriamente, y fue como si se encontrara en otro lugar en cuestión de segundos. Dos grandes vacíos.

-Um... - la rareza de la muchacha le inspiraba ambas cosas, atracción y repulsión. La primera dominaba, pues no le parecía rareza de la mala, aunque en su pecho la incomodidad tomó peso. No le dio importancia - Bueno... Creo que seguiré mi camino. Ya sabes, por si alguno de mis vecinos anda cerca o algo, que no le vayan con el cuento a mi madre.

Le pareció ver un poco de tristeza en los ojos pardos que habían regresado al presente cuando volvió a hablar. Eso sólo lo animó a arriesgarse y seguir su instinto. Se reacomodó el beanie y soltó la pregunta.

-¿Te gustan los muffins?

cañón humanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora