4

121 17 2
                                    

Alexia había llevado su pantalla portátil al comedor para intentar mostrarse ocupada mientras almorzaba. Dos de las tres subordinadas que la ayudarían a instrumentar el plan se estaban poniendo demasiado cargosas y esas situaciones eran justamente las que quería evitar. Evitaba cruzar miradas. No quería tener a nadie cerca.

Colocó la pantalla portátil sobre la mesa, mientras iba pasando páginas con movimientos de su dedo índice, tratando de mostrarse atenta al contenido que no estaba en realidad leyendo. Bebió un sorbo de café y descubrió que había olvidado agregarle azúcar. Siguió bebiéndolo así. El sabor amargo le disgustó.

Recordó a su madre biológica. ¿Qué pensaría de su hija si estuviese viva? ¿Estaría orgullosa? ¿O escandalizada por la locura que iba a cometer? Alexia se sentía otra. Era otra la que iba a poner en riesgo todo lo que había logrado. La que iba a hacer algo grandioso. Es cierto: ella estaba convencida de que era una práctica habitual entre algunas integrantes de la dirigencia de alto rango. Pero jamás pudo confirmarse nada. Si los rumores eran ciertos y la descubrían, seguramente tendrían alguna manera de reconsiderar su actitud. Aunque también era probable de que le correspondiera un castigo ejemplar. Lo extraño era que, ante esa posibilidad, Alexia no sentía culpa ni temor alguno. Nunca se había sentido cómoda al convivir con otra mujer. Y cuando le anunciaron que, luego de varios intentos fallidos, no podría concebir un hijo, algo cambió. Su madre biológica, antes de morir en el accidente junto a su madre acompañante de toda la vida, le repetía que sólo encontraba satisfacción al saber que su hija había logrado siempre lo que se había propuesto. Hija ejemplar. Estudiante ejemplar. Profesional ejemplar. Alexia había logrado acceso a un barrio residencial de clase dos; sólo ella y otra muchacha más de su promoción escolar habían conseguido semejante cosa. Las demás seguían habitando en urbanizaciones de rangos inferiores y lo más probable es que se quedaran allí por el resto de su existencia. Alexia incluso tenía chances –no ahora por supuesto, pero sí dentro de algunos años más– de conseguir un acceso a las urbanizaciones de clase uno. Cuando era apenas un poco más joven eso la excitaba. Pero ahora, realmente, no le interesaba. Sabía que podía seguir escalando posiciones. Ya no importa: no puedo verme en el futuro, o mejor dicho, puedo verme, pero lo que veo no me gusta.

Accidente dijeron. Pero Alexia recordaba los últimos días de su madre biológica, la expresión triste, los gestos desganados, esa mujer se estaba muriendo, si es que ya no estaba muerta y decidió simular un accidente para evitar que semejante acto pasase a integrar la hoja de antecedentes de su hija. Nunca había podido hablar de esto con su hermana, la hija de su madre acompañante; lo había intentado en un par de oportunidades, pero finalmente no se animó. Si murieron juntas, ¿lo hicieron de común acuerdo o su madre biológica había decidido llevarse también a su compañera para evitar dejar rastros de su decisión? Quizás su hermana algo sospechaba, pero tampoco se animaba a hablar con ella del asunto.

Alexia recordaba a su madre biológica como una mujer emprendedora, que nunca había podido adaptarse del todo bien a la vida doméstica, pero que hizo el mayor de los esfuerzos por hacer de su hija una persona íntegra, con una infancia plena, colmada de recuerdos entrañables, como aquel en el cual una tarde, jugando con su hermana, derribaron una lámpara, que cayó al suelo para quebrarse en varios pedazos, su madre acompañante se enojó, comenzó a gritar e incluso levantó la mano, amenazándolas con una tunda por lo que habían hecho, pero su madre biológica la calmó, recogió los pedazos y propuso utilizar pegamento para armar otra lámpara con los trozos esparcidos por el suelo, uniendo lo que había quedado, su hermana, más pequeña que ella, preguntando si, una vez terminado el artefacto, funcionaría de nuevo, ella riendo ante tal ocurrencia, su madre diciendo que tal vez, que habría que probar, que quizás sí funcionaría, era un día de sol, recuerdo, un día estupendo.

Cuando ella y luego su hermana abandonaron el hogarpara comenzar a desarrollar su vida activa, sus madres comenzaron a realizaractividades tan diversas como dispares: desde viajes a lugares remotos hastacursos de manualidades orientales cuya existencia Alexia desconocía hasta entonces.Está muy bien mantenerse ocupada, pensaba Alexia, aunque posteriormentecomprendió que sólo estaban buscando ocupar el tiempo con algo, tapandoagujeros, sea lo que fuere que hubiera que tapar. Alexia no tenía hijas y nopodría tenerlas nunca. Pero tenía su trabajo, que siempre estaba ahí,necesitándola tanto a ella como ella a él, siempre disponible, obsesiva,rigurosa, una subordinada que todo superiora quisiera tener. Aunque teníatambién esa sensación de asfixia, de saberse sola, sin tener a nadie con quiencompartir nada realmente, salvo uno que otro momento superficial, una nuevaamante, y luego otra, un nuevo restaurante por conocer, quizás lo que estabanecesitando era eso que nadie se atrevía a pronunciar.

Los Hombres Sobran (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora