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Despertó aturdida. Se encontraba recostada en el piso, boca arriba, inmovilizada por bandas ofidias –elaboradas con un material rígido pero elástico– que estaban enroscadas alrededor de su cuerpo, desde los hombros hasta los pies, como si se tratase de una boa constrictora.

– ¿Dónde estás? –preguntó, intentando localizar al R., pues no lograba verlo desde donde estaba.

– Aquí cerca –respondió él–.

R.154, si bien también se encontraba inmovilizado por las bandas ofidias, estaba en una posición en la cual podía visualizar las piernas de Alexia, pues el resto del cuerpo, desde su limitado campo de visión a ras del piso, permanecía oculto por el sillón presente en el living del departamento de Alexia. R.154 no pudo evitar apreciar, a pesar de estar enroscadas por las bandas negras, lo extraordinariamente bellas que eran aquellas piernas.

El sonido de pasos espaciados acercándose hacia ellos delató el hecho de que había alguien más en aquella habitación.

– Ya era hora de que despertaran –dijo una voz femenina proveniente de una mujer de edad madura–. El tiempo no es algo que me sobre, pero se los veía dormir tan plácidamente que me hubiese parecido un delito interrumpirles el sueño.

– ¿Qué está sucediendo? –preguntó Alexia.

– ¿Acaso no está lo suficientemente claro? –respondió la mujer con una sonrisa maliciosa, mientras recorría la habitación para rodear con sus pisadas las figuras inertes de ambos.

Alexia alcanzó a ver a una mujer de unos sesenta años, canosa y delgada, pero con senos prominentes, que incluso sobresalían del uniforme de funcionaria de alto rango, un uniforme que había sido diseñado, precisamente, con el propósito de ocultar todo rasgo de feminidad de quien lo portase.

– Probablemente debí preguntar qué es lo que va a suceder –insistió Alexia.

– Y la respuesta es: nada bueno –dijo la mujer. Parecía estar disfrutando aquel momento mientras seguía paseándose por la habitación, rodeando sus cuerpos con pasos cuidadosamente espaciados.

– Ella está embarazada –interrumpió el R.

– ¿Quién te ha dicho que dijeras algo, basura? –amenazó la funcionaria.

– Podría ser una niña –añadió él.

– Podría ser una niña, es cierto –apuntó Alexia.

– ¿Estás pidiendo misericordia después de lo que hiciste?

– No estoy pidiendo nada para mí: sólo que se tenga consideración con la nueva vida.

– Nueva vida que jamás debería haberse concebido.

– Nada de esto hubiese ocurrido si me hubiesen permitido concebir cuando lo solicité –dijo Alexia con una actitud resuelta.

– Es probable –reconoció la mujer–. Es muy probable. Pero eso no te exime de haber incumplido con tus obligaciones. Además, si era esto lo que querías, sólo debías tener un poco más de paciencia: en nuestra posición podemos hacer lo que queramos con el descarte de las reservas.

Alexia emitió una carcajada que desconcertó a la funcionaria.

– ¿Para qué voy a querer cogerme un macho cuando sea una vieja de mierda?

La mujer pateó las costillas del R. con la intención de causarle el mayor dolor posible. Se sintió satisfecha al escuchar los gemidos quejumbrosos del hombre.

– Llegaste demasiado lejos –señaló la funcionaria–. Pero nos diste la oportunidad que estábamos buscando hace tiempo y que no encontrábamos por ninguna parte.

Los Hombres Sobran (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora