Cosecha.

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Después de una noche llena de pesadillas despierto sudada y agotada,hoy es el día de la cosecha,y estoy segura de que este año va a salir mi nombre. El Capitolio ya me ha dejado disfrutar de dieciséis años de viva.

Antes de bajar a la cocina con mi abuela me doy una ducha rápida para limpiar el sudor y bajo a la cocina donde mi querida abuela se encuentra preparando el desayuno.
Me siento a la mesa y como silenciosamente mi comida mientras mi abuela me miraba fijamente como si estuviera leyendo mis pensamientos.
Al acabar subo a prepararme para la cosecha,pero debido al repentino viento me acerco a la ventana para cerrarla de nuevo y lo que veo me alegro mi día un poquito.
Parece que esta a apunto de llover y hay fuertes vientos por todas partes. Es un día triste para todos,y el cielo lo sabe y comparte nuestro dolor.

Me pongo un vestido gris olgado,me hago una trenza de espiga y salgo rumbo hacia la plaza junto a mi abuela.

Al llegar a la plaza me despido de mi abuela con un gran abrazo y un te quiero y me acerco a la mesa del Capitolio.

-Su mano por favor.

Obedeciendo extiendo mi mano hacia el hombre y dejo que pinchen mi dedo a la vez que me acercan un papel donde pongo mi dedo ensangrentado.
Una vez hecho esto nos ordenan colocarnos en nuestro lugar correspondiente a nuestro sexo y edad y que préstemos atención al frente.

Justo cuando el reloj da las dos, el alcalde sube al podio y empieza a leer. Es la misma historia de todos los años, en la que habla de la creación de Panem, el país que se levantó de las cenizas de un lugar antes llamado Norteamérica. Enumera la lista de desastres, las sequías, las tormentas, los incendios, los mares que subieron y se tragaron gran parte de la tierra, y la brutal guerra por hacerse con los pocos recursos que quedaron. El resultado fue Panem, un reluciente Capitolio rodeado por trece distritos, que llevó la paz y la prosperidad a sus ciudadanos. Entonces llegaron los Días Oscuros, la rebelión de los distritos contra el Capitolio. Derrotaron a doce de ellos y aniquilaron al decimotercero. El Tratado de la Traición nos dio unas nuevas leyes para garantizar la paz y, como recordatorio anual de que los Días Oscuros no deben volver a repetirse, nos dio también los Juegos del Hambre.

Las reglas de los Juegos del Hambre son sencillas: en castigo por la rebelión, cada uno de los doce distritos debe entregar a un chico y una chica, llamados tributos, para que participen. Los veinticuatro tributos se encierran en un enorme estadio al aire libre en la que puede haber cualquier cosa, desde un desierto abrasador hasta un páramo helado. Una vez dentro, los competidores tienen que luchar a muerte durante un periodo de varias semanas; el que quede vivo, gana.

Coger a los chicos de nuestros distritos y obligarlos a matarse entre ellos mientras los demás observamos; así nos recuerda el Capitolio que estamos completamente a su merced, y que tendríamos muy pocas posibilidades de sobrevivir a otra rebelión.

--Es el momento de arrepentirse, y también de dar gracias --recita el alcalde.

Después lee la lista de los habitantes del Distrito 12 que han ganado en anteriores ediciones. En setenta años hemos tenido exactamente dos, y sólo uno sigue vivo: Haymitch Abernathy, un hombre de mediana edad que, en estos momentos se tambalea en el escenario y se deja caer sobre la tercera silla. Parece estar borracho. La multitud responde con su aplauso protocolario, pero el los ignora.

El alcalde parece angustiado. Como todo se televisa en directo, ahora mismo el Distrito 12 es el hazmerreír de Panem, y él lo sabe. Intenta devolver rápidamente la atención a la cosecha presentando a Effie.

La mujer, tan alegre y vivaracha como siempre, sube a trote ligero al podio y saluda con su habitual:

--¡Felices Juegos del Hambre! ¡Y que la suerte esté siempre, siempre de vuestra parte!

Mira un durante unos segundos a Haymitch y vuelve su atención a nosotros.

-Para cambiar un poquito con la rutina este año empezaremos por el tributos masculino.-Dico Effie mientras mete su mano dentro de la urna de la izquierda y  un papelito.-¡Logan Moretti!

El susodicho se levanta de su silla tranquilamente, se acerca a la tarima justo al lado de Effie y levanto su cara victorioso.

-Y ahora toca elegir al tributo femenino.-Effie vuelve a meter su mano en la urna que queda y saca un pequeño papel.-El tributo femenino del distrito doce es... Elisabeth Morgan.

Realmente asustada y nerviosa me dirijo a la tarima sintiendo todas las miradas del distrito que me acogió sobre mi. Llegó a las escaleras y las subo mirando al suelo para no tropezar y así aprovecho para mirar a mi abuela de reojo la cual me mira con tristeza y dolor.
Llegó a arriba del todo y Effie me coloca a su izquierda y a Logan a su derecha.

-Demos un fuerte aplauso a los tributos de distrito doce: Elisabeth Margan y Logan Moretti.

El alcalde termina de leer el lúgubre Tratado de la Traición, y nos indica a Logan y a mí que nos demos la mano. La suya es áspera y fría. Me mira a los ojos y me aprieta la mano, como para darme ánimos, aunque quizá no sea más que un espasmo nervioso.

Nos volvemos para mirar a la multitud, mientras suena el himno de Panem.

En cuanto acaba el himno, nos ponen bajo custodia. No quiero decir que nos esposen ni nada de eso, pero un grupo de agentes de la paz nos acompaña hasta la puerta principal del Edificio de Justicia. Quizás algún tributo intentase escapar en el pasado.

Una vez dentro, me conducen a una sala y me dejan sola. Es el sitio más lujoso en el que he estado, tiene gruesas alfombras de pelo, y sofá y sillones de algo que parece ¿terciopelo? Cuando me siento en el sofá, no puedo evitar acariciar la tela una y otra vez; me ayuda a calmarme mientras intento prepararme para la hora que me espera. Ése es el tiempo que se les concede a los tributos para despedirse de sus seres queridos.

Mi abuela entra primero. No hablamos durante unos minutos, pero después empiezo a decirle las cosas que tiene que recordar hacer, ya que yo no estaré para ayudarla.

-Todo saldrá bien, Beht --dice mi abuela, cogiéndome la cara--. Eres rápida e inteligente, quizá puedas ganar.

No puedo ganar; en el fondo, mi abuela debe de saberlo. La competición está mucho más allá de mis habilidades,además el Capitolio no me lo pondrá nada fácil. Me odian.

Tambien hay chicos de distritos más ricos, donde ganar es un gran honor, que llevan entrenándose toda la vida para esto. Chicos que son dos o tres veces más grandes que yo; chicas que conocen veinte formas diferentes de matarte con un cuchillo. Sí, también habrá gente como yo, chavales a los que quitarse de en medio antes de que empiece la diversión de verdad.

--Quizá --respondo, porque no puedo decirle a mi abuela que luche si yo ya me he rendido. A

-Sólo quiero que vuelvas a casa. Lo intentarás, ¿verdad? ¿Lo intentarás de verdad? --me pregunta mi abuela.

-Lo haré, te lo juro --le digo, y sé que tendré que hacerlo, por ella.

Después aparece el agente de la paz para decirnos que se ha acabado el tiempo, nos abrazamos tan fuerte que duele y lo único que se me ocurre decir es:

-Te quiero. Nunca lo olvides.

Después de esta breve visita no entra nadie más. Siempre hemos sido mi abuela y yo así que está bien.
Al rato entran varios agentes de la paz y me sacan del edificio para llevarme a la estación.

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Comienzo de la historia:27 de Junio

𝙇𝙖 𝙘𝙝𝙞𝙘𝙖 𝙙𝙚𝙡 𝙩𝙧𝙚𝙘𝙚 |𝙁𝙞𝙣𝙣𝙞𝙘𝙠 𝙊𝙙𝙖𝙞𝙧|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora