Primer dia en la arena.

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Sesenta segundos. Es el tiempo que tenemos que estar de pie en nuestros círculos metálicos antes de que el sonido de un gong nos libere. Si das un paso al frente antes de que acabe el minuto, las minas te vuelan las piernas. Sesenta segundos para observar el anillo de tributos, todos a la misma distancia de la Cornucopia, que es un gigantesco cuerno dorado con forma de cono, con el pico curvo y una abertura de al menos seis metros de alto, lleno a rebosar de las cosas que nos sustentarán aquí, en el estadio: comida, contenedores con agua, armas, medicinas, ropa, material para hacer fuego. Alrededor de la Cornucopia hay otros suministros, aunque su valor decrece cuanto más lejos están del cuerno. Por ejemplo, a pocos pasos de mí hay un cuadrado de plástico de un metro de largo. Sin duda sería útil en un chaparrón. Sin embargo, cerca de la abertura veo una tienda de campaña que me protegería de cualquier condición atmosférica; si tuviera el valor suficiente para entrar y luchar por ella contra los otros veintitrés tributos, claro, cosa que me han aconsejado no hacer.

Estamos en un terreno despejado y llano, una llanura de tierra aplanada. Detrás de los tributos que tengo frente a mí no veo nada, lo que indica que hay una pendiente descendente o puede que un acantilado. A mi derecha hay un lago. A la izquierda y detrás, unos ralos bosques de pinos. Ésa es la dirección que Haymitch querría que tomase, y de inmediato.

Oigo sus instrucciones dentro de mi cabeza: «Salid corriendo, poned toda la distancia posible de por medio y encontrad una fuente de agua».

Sé que el minuto debe de estar a punto de acabar y tengo que decidir cuál será mi estrategia; al final me coloco instintivamente en posición de correr hacia el bosque que nos rodea. Entonces, de repente, veo a Logan, que está cinco tributos a mi derecha; a pesar de la distancia, sé que me está mirando y creo que sacude la cabeza en dirección al bosque y señalando al chico del 4 que está a mi lado aterrado.

Muevo los pies de un lado a otro, sin saber la dirección que me indica el cerebro, y me lanzo hacia delante, avanzo unos quince metros hacia la Cornucopia y recojo tres mochilas de color naranja intenso que podrían contener cualquier cosa.

Los demás tributos han llegado a la Cornucopia y están dispersándose para atacar. Sí, la chica del Distrito 4 corre hacia mí, está a unos diez metros y lleva media docena de cuchillos en la mano. La he visto lanzarlos en el entrenamiento, y nunca falla. Yo soy su siguiente objetivo.

Todo el miedo general que he sentido hasta ahora se condensa en un miedo concreto a esta chica, a esta depredadora que podría matarme dentro de pocos segundos. Con el subidón de adrenalina, me echo dos de las mochilas al hombro,la otra se la doy a Marcos al  cual agarro por el brazo y corremos a toda velocidad hacia el bosque. Oigo la hoja del cuchillo que se dirige al chico y, por acto reflejo, lo apartó y le obligó a correr delante de mí y seguimos corriendo hacia los árboles. De algún modo, sé que la chica no nos seguirá, que volverá a la Cornucopia antes de que se lleven todo lo bueno. Sonrío y pienso.

Al borde del bosque me vuelvo un instante para examinar el campo de batalla; hay unos doce tributos luchando en el cuerno y algunos muertos tirados por el suelo. Los que han huido desaparecen en los árboles o en el vacío que veo al otro lado. Me aseguro de que el chico está bien y seguimos corriendo hasta que el bosque nos esconde de los demás tributos y después frenamos un poco para mantener un ritmo que nod permita seguir un rato más. Durante las horas siguientes vamos alternando las carreras con los paseos para alejarnos todo lo posible de los competidores.

No tengo mucha resistencia y al parecer el chico chico tiene bastante,pero vamos a necesitar agua. Era la segunda instrucción de Haymitch y  procuro prestar atención a cualquier rastro de humedad, aunque sin suerte.

El bosque empieza a evolucionar y los pinos se mezclan con una variedad de árboles, algunos reconocibles y otros completamente desconocidos para mí. En cierto momento oigo un ruido y rápidamente pongo al chico tras de mi, pensando en protegerlo, pero resulta ser un conejo asustado.

𝙇𝙖 𝙘𝙝𝙞𝙘𝙖 𝙙𝙚𝙡 𝙩𝙧𝙚𝙘𝙚 |𝙁𝙞𝙣𝙣𝙞𝙘𝙠 𝙊𝙙𝙖𝙞𝙧|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora