Profesionales

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¡FUEGO!

Es algo que me aterra.

Mi primer impulso es salir del saco y salir corriendo . Pero no hago nada. El enorme miedo que tengo al fuego me paraliza y solo me quedo quita viendo como se acerca,hasta que Logan se percata de mi estado estado y me sube a su hombro como un saco de patatas y comienza a correr.

El mundo se ha transformado en un infierno de llamas y humo. Las ramas ardiendo caen de los árboles convertidas en lluvias de chispas a los pies de Logan. Decidido comienza a seguir a los animales que también huyen, pero ellos son más ágiles en cambio  Logan no dejan de tropezar con raíces y ramas caídas debido a mí peso extra, y no puede seguir su ritmo de ninguna manera.

El calor es horrible, pero lo peor es el humo que amenaza con ahogarnos en cualquier momento. Me subo la camisa para taparme la nariz y me alegro de que esté mojada de sudor, ya que eso me ofrece una pequeña protección. Y sigo quieta sobre Logan, ahogándome, con el saco dándome botes en la espalda y la cara llena de cortes por las ramas, porque se supone que tenemos que correr.

Esto no ha sido una hoguera que se le haya descontrolado a un tributo, ni tampoco un suceso accidental; las llamas que nos acechan tienen una altura antinatural, una uniformidad que las delata como artificiales, creadas por humanos, creadas por los Vigilantes. Hoy ha estado todo demasiado tranquilo; no ha habido muertes y quizá ni siquiera peleas, así que la audiencia del Capitolio empezaba a aletargarse y a comentar que estos juegos resultaban casi aburridos. Y los Juegos del Hambre no pueden ser aburridos.

Es fácil entender la motivación de los Vigilantes. Hay una manada de profesionales y después estamos los demás, seguramente repartidos a lo largo y ancho del estadio. Este incendio está diseñado para juntarnos, para que nos encontremos. Aunque puede que no sea el dispositivo más original que haya visto, es muy, muy eficaz.


En cuestión de minutos noto la garganta y la nariz ardiendo. Las toses empiezan poco después, y me da la impresión de que se me fríen los pulmones. La incomodidad se convierte en angustia, hasta que cada vez que respiro noto una puñalada de dolor que me atraviesa el pecho.

Marcos se cae y Logan nos hace reguardarnos tras una rocas mientras me baja y descansa un rato.

Sé que tenmos que seguir moviéndonos, pero estoy temblando y mareada, jadeando por la falta de aire. Me permito tomar una gota de agua para enjuagarme la boca y escupir, y después le doy un par de tragos más a la botella.

«Tienmos un minuto --me digo--. Un minuto para descansar.» Me tomo ese tiempo para intentar respirar. Sé que ha llegado el momento de moverse, pero el humo me ha dejado atontada. Los veloces animales que nos guiaban nos han dejado atrás y sé que no hemos estado antes en esta parte del bosque, que no habíamos visto rocas grandes como ésta en nuestras anteriores excursiones. ¿Adónde nos llevan los Vigilantes? ¿De vuelta al lago? ¿A un nuevo terreno lleno de nuevos peligros? El ataque comenzó justo cuando por fin lograbamos tener unas cuantas horas de paz. ¿Habrá alguna forma de avanzar en paralelo al estanque y regresar después, al menos a por agua? La pared de fuego debe terminar en alguna parte y no puede arder para siempre. No porque los Vigilantes no puedan hacerlo, sino porque, de nuevo, la audiencia se quejaría. Si pudieramos meternos detrás de la línea de fuego, evitaría que nos encontraramos con los profesionales. Cuando por fin decido intentar contarle mi idea a Logan, la primera bola de fuego se estrella contra la roca, a medio metro de mi cabeza. Salgo corriendo del saliente siguiendo a Logan quien carga al pequeño Marcos.

𝙇𝙖 𝙘𝙝𝙞𝙘𝙖 𝙙𝙚𝙡 𝙩𝙧𝙚𝙘𝙚 |𝙁𝙞𝙣𝙣𝙞𝙘𝙠 𝙊𝙙𝙖𝙞𝙧|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora