El relato del chamán

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El chamán refirió la historia de una tribu de tiempos anteriores al de sus abuelos(1) y de tierras remotas; de decía que el suelo que pisaban era distinto, así como distintas eran las aguas de sus mares y las estrellas de su cielo. Se desconoce si eran dioses, sólo se les reconoce distintos al hombre y mucho más poderosos. Se refería a ellas como los O'nukk (2), en su momento llegaron a conquistar a todas las tribus de las tierras limitadas por sus aguas; al no quedar territorio que no hubiesen conquistado comenzaron a despreciar los tributos y plegarias de quienes estaban bajo sus dominios. Así mismo, llegaron a renegar de los dioses a quienes alguna vez rindieron culto y de sus antiguas costumbres. Aquella arrogancia les llevó a germinar la idea de crear una raza de siervos destinada a adorarlos.

Se encomendó tal empresa a los hechiceros (algunos prefieren conjugar: se les obligó), quienes ensayaron con piedra, barro y arena unas primitivas creaciones incapaces de empuñar un arma o articular palabra; sólo sirvieron para tareas sencillas como llevar el registro de las estaciones, la cuenta de los alimentos, propiedades o incluso el tiempo. La suerte de aquellos que participaron en ese primer intento se repartió entre el perdón, el exilio y la muerte.

Una segunda generación de hechiceros acogió la tarea, éstos desecharon la idea de trabajar con materiales; agotaron muchas tardes, en cambio, en discutir la naturaleza de un espíritu. Dibujaron en arena sus principios, se precisó de un lenguaje sencillo, incapaz de admitir equivocaciones, basado en la afirmación y la negación de verbos, sustantivos, adjetivos, artículos y demás elementos del habla. Funcionaría, por tanto, bajo la naturaleza del número; uno, por ejemplo, designaba al día; la noche era la negación de ese número. Lo mismo pasaba con los adjetivos arriba y abajo, o adentro y afuera. Desaparecían así ambigüedades cómo aurora o a medio camino, pues cada uno de estos términos posee su número y su consecuente negación. Los hechiceros debían manejar a cabalidad la nueva lengua e inculcar al espíritu la lengua sobre la lengua.

Tras arduos trabajos consiguieron completar el bosquejo de un espíritu incipiente y un tanto pueril. Se le privó de la cópula, pues se consideraba innecesaria y peligrosa; también le prohibió la adoración a otros Dioses, desconociendo cualquier otra autoridad que la de sus amos. A diferencia sus creadores, ésta alma requería un continente mucho más amplio. Este primer ensayo ocupaba el tamaño de un monumento (3); además, era ciego, sordo y de entendimiento bastante limitado. Los jefes de la tribu vieron ante ellos a una enorme criatura torpe, pero capaz de moverse por sí sola; de habla entrecortada, pero hablaba; de pocos conocimientos, pero lograba llevar un registro más eficaz que el de sus predecesores.

Les dieron el nombre de A'tchk (4). Pese a la incredulidad los amos demandaron no sólo más de estos siervos, sino la capacidad de realizar otras tareas.

Obedeciendo a sus señores los diferentes hechiceros se congregaron con médicos, guerreros y diferentes sabios con el fin de mejorar a la nueva estirpe. Se dedicaron a la tarea de idear un nuevo cuerpo. Desecharon todo concepto relacionado con el anterior continente y ensayaron nuevos materiales y nuevas formas; mas fracasaron como lo habían hecho sus antecesores.

Decidieron trabajar de forma gradual, discutieron primero el diseño de un ojo, sus materiales, su alcance, sus interiores y sus diferentes capas. Al mismo tiempo fueron adecuando al espíritu al uso de su nuevo órgano; lo educaron en los colores, las formas y el desplazamiento. La tarea se replicó para cada órgano y de forma simultánea. Si un conjunto de hechiceros discutían el diseño de un corazón, no muy lejos de allí, otro grupo se ocupaba de la boca (5). Generaciones vivieron y murieron en esta tarea, con el tiempo se podía ver el esbozo de un cuerpo, rígido en un principio, que fue adquiriendo poco a poco sus arterias, su cabello y hasta las capas de su piel.

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