perdida

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Con los pies cansados de caminar y con la armadura cada vez más pesada y corroida, el caballero de la armadura oxidada se dio cuenta que tanto el como su armadura estaban rotos y oxidados. Aunque quisiera le sería imposible sacarse la armadura, ya era parte fundamental de su ser.
El laberinto, invariable, casi como burlandose de la inutilidad de buscar una salida satisfactoria en él, lo rodeaba completamente; tal vez un techo no le permitía ver las estrellas o tal vez su propio Yelmo, difícil era para el caballero dilucidar donde comenzaba su ser y el donde terminaban la armadura en tanta oscuridad.
La piedra fría y húmeda impregnaba de un eco metálico todo el laberinto, sólo cuando una lágrima caía sobre su mano, el caballero se dio cuenta de que había perdido su espada, sin forma de defenderse alguna, perdido en la oscuridad mas absoluta se sintió abatido, pero sus pies siguieron caminando.
Y sus lágrimas siguieron cayendo.

el caballero y el laberinto Donde viven las historias. Descúbrelo ahora