Capitulo cuatro.

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-Un castillo y vino de color-

Me quedé estática en mi asiento observando su rostro, buscando de alguna forma, encontrar una señal de burla como es costumbre y que fuera una mala broma. Sin embargo esto nunca pasó, su rostro estaba tranquilo, confiado, demostrándome que hablaba muy enserio. Me costó trabajo reaccionar y recalcando que mi respuesta -o quizá reclamo- llegó muy tarde.

—¿A tu casa?— pregunté en un tono aireado, sonando casi asustada.

Él semáforo rojo permitió que al escuchar mi respuesta, sonriera como solo él sabe y volteara hacía mi, acercándose un poco más de lo debido, invadiendo mi espacio personal. Una fuerte ola de adrenalina acudió a mi cuerpo al sentirlo tan cerca y de nuevo sentí esos peculiares escalofríos, miré directamente sus ojos, los cuales de repente parecían ser más oscuros.

—¿Hay algún problema en eso?— pregunta haciendo que su aliento roce mis labios.

Hipnotizada por sus ojos, inconscientemente olvido el tema de el que tratamos y niego con la cabeza, me remojo los labios, me quedo en el contacto visual, hasta que siento el carro moverse y Alec quita sus ojos grises de los míos, salgo de mi shock.

—¿Por qué a tu casa?— pregunto y mi voz sale ronca, aclaró mi garganta. —Hay un restaurante muy bueno por aquí cerca—

—¿Bromeas?— se ríe como si mi comentario le causara mucha gracia. —¿Tienes miedo?— pregunta con una sonrisa que se me antoja maliciosa.

Mintiendo horrorosamente, niego con la cabeza ante su pregunta, sin contestar y miro al frente, avergonzada.

—Solo es raro— murmuro, viendo por la ventana.

—¿Lo crees así?— cuestiona calmado, sin despejar su vista de la calle.

Puedo ver por las ventanas que nos acercamos a la zona comercial más fina de Londres, las calles tienen muchas luces y el ambiente es animado, sin embargo, dentro del automóvil todo era silencio, a excepción de una música de fondo, sin letra, solo una melodía suave.

Asiento con la cabeza.

—No me lo tomes a mal, Alec...—remarco su nombre echándole una mirada de reojo —para nadie es un secreto que hay gente mala en el mundo, y nos acabamos de conocer, no sé nada de ti—

Cuando las palabras van siendo pronunciadas por mi boca, se queda serio, con un brazo arrecargado en la puerta y uno de sus dedos apoyada en su arco de cupido, justo arriba de sus labios, parece examinar mis palabras mientras entrecierra sus ojos. Hace un pequeño alto en una calle, sus ojos se mueven hacia mí.

—Son palabras sabias, Camille, hay gente mala en este mundo— pronuncia en un murmuro que puedo escuchar. Sus ojos se clavan en los míos, hacemos una conexión y siento que sus palabras tienen un doble significado. Pero finalmente despega su mirada de la mía y vuelve a conducir, luciendo una sonrisa brillante. —Gracias al cielo que yo no soy una de ellas— me guiña el ojo.

—¿Cómo puedo saber eso?

—No puedes, a menos que te atrevas a descubrirlo, guapa—

Me abrazo a mi misma y quitó mi vista de su perfil, comienza a darme frío aunque he de admitir que definitivamente no era por el clima. Vuelvo a posar mis ojos en las ventanas y conozco donde estamos. Uno de los mejores barrios de Londres, Belgravia.
Podía ver casas elegantes por ambos lados de la calle, sin embargo, todo estaba desierto. Me estremecí.
Conocía el lugar, en varias ocasiones Marianne y yo solíamos salir a vagar por la ciudad, Balgravia era uno de los lugares que habíamos recorrido solo por el gusto de ver las enormes casas.

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