La alarma de mi teléfono comienza a sonar, provocando que mis ojos se abran lentamente. Con flojera y lentitud me siento en la cama apagando la fastidiosa alarma, suspiro mientras con mis manos me frotó la cara.
Me pongo de pie y camino como un zombie hasta el baño, con tranquilidad me lavo el cabello y el cuerpo, sin prisas, aún es temprano, casi nunca suelo llegar tarde a la universidad. Mi vida era bastante aburrida, solo pura rutina, trabajaba y estudiaba, claro que de vez en cuando suelo salir con amigos a divertirme, pero no cambiaba mucho mi vida, todo estaba en balance.—Buenos días— saludo alegre a mi fiel compañero, Lancelot
El gato que me observa con desinterés me maulla en respuesta y corre hasta su plato de comida, le sirvo una porción, acaricio su cabeza y me dispongo a desayunar, cuando terminó subo, cepillo mis dientes y vuelvo a bajar, esta vez con mi mochila en mi hombro.
—¡Lancelot, ya me voy!— le digo en tono bobo, pero el gato rechoncho me ignora mientras caza a una mosca.
Salgo de casa y poniéndome mis audífonos, comienzo a caminar hacía la universidad, a paso tranquilo. Tomó el autobus hasta llegar a las grandes instalaciones de la universidad. Camino por los jardines hasta llegar a el edificio que me toca la primera clase, Español.Llegó hasta el salón, como de costumbre temprano, sin embargo, de milagro ahí se encuentra mi amiga quién me espera con una sonrisa en su asiento. Camino hacia ella, sentándome a su lado.
—Hola, Mar— la saludo.
Marianne, a la que yo prefería llamar Mar, es mi mejor amistad desde hace varios años, podría decirse que es mi confidente y nuestra relación es muy positiva, la pasaba realmente muy bien a su lado, era gratificante. Nos habíamos conocido varios años atrás, cuando íbamos cursando por noveno grado, habíamos pasado un tiempo separadas pero nos volvimos a reencontrar cuando ingresamos a la universidad, compartiendo un par de clases juntas, Marianne era tan alegre y cálida como mil soles, yo simplemente la amaba con todo mi corazón. Hoy lucía su corta cabellera oscura y lisa, cayendo por ambos lados de su bello rostro. Siempre había pensado que Marianne era como un imán, era imposible no quererla al instante con sus locas actitudes y su innegable carisma.
—¿Qué tal, Cam?— nos damos un beso en la mejilla y me dispuse a sacar mis cosas. Comenzamos a platicar de cosas sin sentido que sucedieron este fin de semana. Me cuenta cómo conoció a un chico y que salieron un día, era tan intenso que no volverá a aceptarle otra cita. Cuando la profesora entra a el salón y ya todos se encuentran ahí, la clase comienza, escucho a la maestra pero comienzo a divagar.
A mi mente llega un flashback del pasado día y me quedo inmersa en el recuerdo de esos ojos grises*
Las clases pasan de forma regular, como cada día sin interrupciones ni percances, como toda mi rutina. He acabado mi día escolar por el momento y camino hasta la salida del campus, me he despedido de Mar en el salón, cuando nuestros caminos se separaban. No le he contado lo que pasó ayer por la noche, pero siento que es de vital importancia. Camino un tanto cabizbaja, tarareando y perdida en mis pensamientos. Levanto un mínimo la mirada hacia el cielo, apreciando como hoy no luce tan nublado como otros días y finalmente mi mirada cae.
El aire escapa de mis pulmones cuando me doy cuenta del carro estacionado justo en frente de la acera, negro y tan pulido que a pesar de la distancia, estaba segura que podía ver mi reflejo en él. Pero sobre todo, de aquel hombre junto al flamante automóvil. Los mismos ojos grises van buscando a través de toda la gente, sigo caminando automáticamente con mi vista clavada en él.
Es el chico del restaurante, apoyado en su auto, al otro lado de la vereda, buscando a alguien o algo. Sus ojos de un momento a otro dieron con los míos, y así supe que a quien buscaba, era a mi. Sus labios se fueron curvando poco a poco, formando una sonrisa traviesa.