Tomamos asiento en cada esquina de un sofá acolchonado, es estrecho, por lo cual nuestras rodillas casi rozan. Cruzo mis piernas y me giro un poco hacia Alec, quien luce cómodo al extender sus largas piernas, las copas de vino siguen en nuestras manos.
—Cuéntame, Camille, ¿que hay de ti?—
Alzó mis cejas y le doy un sorbo a mi vino.
—¿A qué te refieres, Alec?
—Me has cuestionado sobre si vivo solo, te he contestado, pero ¿que hay de ti?
Me permito sonreír encontrando cómica la situación, sintiéndome cómoda.
—Nada fuera de lo común, si te lo preguntas. Puedo decir que estamos igual, solo que mi casa es considerablemente más pequeña y vivo solo con mi gato Lancelot— bromeo.
Alec sube su brazo a los cojines del sillón, su mano casi podría llegar a tocar mi hombro desnudo. Luce relajado también, eliminando la tensión que había al principio, quizá el alcohol esté haciendo su efecto.
—¿Naciste aquí?—cuestiona.
Niego con la cabeza.
—No, señor—
—¿No?— alza las cejas, sorprendido.
Niego con la cabeza, divertida por su latente curiosidad.
—¡Oh, vamos! Quiero resolver el misterio— exclama Alex haciendo un mohín con sus labios.
Me vuelvo a reír levemente.
—Nací en Alemania, en la ciudad de Múnich— confieso.
—¡Mentirosa!— da una palmada a su rodilla mientras se ríe. —No tienes acento, no es posible, tu acento es de un ciudadano londinense— acusa incrédulo.
—Mis padres vivían allí cuando yo nací, mi padre era Alemán, mi madre, Rusa. Ella estaba estudiando cuando conoció a mi padre— pronuncio con una leve sonrisa, bajo la mirada a mis manos y sigo hablando. —Cuando se conocieron, mi mamá se enamoró perdidamente y bueno... Salí yo—
Alex suelta una carcajada ante mi intento de humor con la situación, le observo y logró ver como inclina su cabeza hacia atrás. La carcajada es breve, vuelve a poner su atención fija en mi.
—Sigue contando, quiero saber más—me incita a seguir.
—Bueno, después de que yo llegué, los problemas se hicieron más grandes, su relación no duró mucho. Cuando yo era muy pequeña, mi madre me trajo aquí, a Londres. Nunca volvimos a saber nada de mi padre— le relato los hechos que mi madre me había contado tiempo atrás, cuando mi curiosidad de adolescente me carcomía por dentro.
Escucho a Alec suspirar a mi lado y devuelvo mi vista a su rostro, me dedica una leve sonrisa.
—El rollo de los adultos es todo un tema, ¿cierto?— comenta.
Muevo mi cabeza afirmativamente y tomo un sorbo de mi vino, suspiro también. Abro mi boca para contestar que la vida de adultos es una mierda, pero el sonido de un teléfono sonando me interrumpe. Alec dirige su mano a uno de sus bolsillos y saca el aparato, sus ojos se posan sobre la pantalla y se levanta rápidamente.
—Disculpame un momento, debo atender— se disculpa y sale por una puerta a mis espaldas.
Le observó retirarse y apartó mi vista cuando la puerta se cierra tras él, agudizo el oído pero me doy cuenta que realmente no escucho nada, todo está bajo un denso silencio. Me pongo de pie, inquieta. Observo el lugar y me dispongo a caminar hasta un mueble de madera oscura, dentro hay varias piezas que lucen realmente caras. Mis tacones hacen eco, es lo único que puedo escuchar, veo hacia la derecha y luego hacia la izquierda, todo está perfectamente ordenado, en silencio. Ahora que Alec no está, el ambiente se me antoja aterrador, siniestro y me inquieta aún más. Suspiro y sigo caminando a paso lento, junto a las paredes, observando todo.