Letters from my little girl

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Lettere dalla mia bambina/Cartas de mi pequeña niña

A Hungría se le rompía el corazón con el sufrimiento de Italia, en particular porque sabía que su eterna espera jamás tendría consuelo.

Así que con una aún muy joven Italia, se acercó a la pequeña nación, que con sus finas manos amasaba lo que sería un pastel, por si Sacro Imperio regresaba.

—Italia —llamó la mujer, sentándose en un banquillo que encontró en la cocina—, eso, eso... ¿Es para él? —se atrevió a decir, pronunciando las palabras muy lentamente.

— ¡Si! Puede regresar, y estar hambriento —dijo el niño, deteniendo sus movimientos, bajando ligeramente su cabeza.

Para Austria también era triste ver a la joven nación con su espera; a pesar de haberlo obligado a servirle, se preocupaba por Italia.

— ¿Sabes? —dijo Hungría después de guardar silencio un rato—, tal vez podrías decirle lo que quieras a Sacro Imperio, enviarle mensajes.

— ¿Puedo hacerlo? —abrió los ojos ligeramente, con su vocecilla llena de esperanza.

— ¡Por supuesto, Ita! —exclamó ella, dando una suave palmada con las manos—. Estoy segura que si dejas tus pensamientos en algún lugar muy, muy importante para ti, un día él lo encontrará.

Feliciano dejó de lado los ingredientes frente a él, y con sus ojos en el cielo azul medio día, pensó en el lugar más especial para él.

— ¿Puedo usar botellas? —pidió Italia, a una un poco confundida Hungría.

—Sí, pero... ¿para que las usaras?

—Quiero enviarle cartas en una botella —explicó con una sonrisa en sus labios, y sus mejillas ligeramente rojas por explicar su idea.

Italia, en particular el que estaba comenzando a ser conocido como veneciano—para distinguirlo de su hermano—, tenía una unión con el mar que pocas naciones entenderían, no sólo era una parte de su territorio, sino una parte de sí mismo; Venecia era un solo cuadro con las aguas de los mares.

Entonces Italia comenzó a escribir cartas que dejaba en las aguas del mar, para que llegaran a algún lugar, esperando que fueran un día encontradas por el destinatario que con tanta ternura quiso a Italia.

Las cosas que iban en esas cartas eran variadas, a veces pequeñas nimiedades, simples pensamientos inocentes de una nación a su primer amor.

» ¿Cómo estás Sacro Imperio Romano? Espero no tengas hambre donde estés; siempre tengo listos muchos platillos para cuando regreses. Siempre tuyo, Italia. «

»Estos días han sido muy cálidos, y el cielo estrellado puede verse con claridad, ¿estás bien dónde estás? Realmente quiero que puedas ver las estrellas conmigo. Siempre tuyo, Italia.«

Los pequeños mensajes se fueron apilando, hasta que muchos de ellos se convirtieron en preguntas: "¿Dónde estás?" "¿Estás bien?"

"¿Volverás?"

Muchas preguntas sin respuestas; el tiempo pasó, y la realidad de lo que pasó con Sacro Imperio fue aceptada por quienes lo conocieron.

Así, muchas décadas más tarde, cuando Italia dejó los ropajes con holanes, ese vestido verde tan típico en sus atuendos, decidió enviar sus últimos mensajes; ya no como aquella pequeña niña, sino como la nación independiente en que deseaba convertirse.

»Sacro Imperio Romano; siempre te estoy esperando, aunque ya sé que es algo infantil, un capricho de una triste y pequeña "niña", una que desaparecerá algún día; me despido de ti, pero nunca te olvidaré; pero debo dejarte ir con ella; de la alguna vez pequeña niña, Italia. «

Frente al mar Adriático, dejo la última botella ser tragada con el mar, esperando que al menos uno de sus mensajes llegarán a aquel precioso amor que guardaba con recelo, como con el recuerdo de la niñita que alguna vez fue, y cautivó a ese primer amor.

Cuando decidió despedir a la pequeña niña que alguna vez fue, había conocido a la otra persona de la que pudo enamorarse; escribió un mensaje muy breve, pero que le hizo ver borrosas las letras que escribió por las lágrimas que evocaron las mismas:

»Adiós a esa pequeña niña, quien escribió cientos de pequeñas cartas esperando a alguien por mucho tiempo. Espero descanses en la paz del mar, y te encuentres con él; las despedidas son tristes, pero debo decirte adiós, junto con él; adiós a las cartas de la pequeña niña que alguna vez fui; Italia. «

Dejó ir la botella con las primeras luces de la mañana, apreciando con una sonrisa las últimas estrellas en el firmante que dejaba la noche.

— ¿Italia? —dijo una voz grave, con un fuerte acento en cada sílaba pronunciada—. Me gusta que te levantes temprano, pero creo que es una hora un poco extraña para una cita...—dijo lo último el hombre rubio con un suave rubor en sus mejillas.

—Quería iniciar este día contigo —justificó el más bajo, y Alemania asintió lentamente sin entender el propósito del otro; aunque dejo sus preguntas de lado, cuando el Italiano se acercó y lo abrazó con inusual fuerza del cuello.

Como otras veces, lo abrazó y besó sus cabellos cuando sentía que su amado no podía decirle lo que le pasaba.

Adiós mi pequeña niña, repitió en su mente Italia cuando de la mano abandonó la costa ese día.

Muchas veces, y ese era un secreto que jamás le contó a alguien, Alemania sentía una tremenda nostalgia al ver el mar; como si mucho tiempo atrás cuando nació, este le hubiera compartido muchos secretos y memorias que alguien le envió.

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N/A: Pués había yo regresado  de ir nadar leí algo de Hakoniwa (que hace unos preciosos, pero a veces tristes, Gerita), y sentí una horrible necesidad de escribir esto, aunque me rompe el corazón; así que decidi convertir este volumen en una serie de relaton; porque amot hetalia, y amor a estos dos.

Pietà, amore mio [GerIta] [Hetalia]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora