VEINTE Y CUATRO.

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Brianda y yo nos encontramos en la plaza de la ciudad, donde y cabe destacar, nos encanta tomar nuestra malteada. Le conté un poco mas de Zach y ella comenzó a preguntarme cosas de el, que en realidad, jamas me había importado preguntarle a el.

-¿Entonces no sabes nada de el?-pregunto ella, tomando el popote con sus dientes.

-Si... bueno, algunas cosas.

-¿Cómo cuales?

-Se que sus padres fallecieron.-mentí.

No del todo, pero lo hice. Zach no me había contado eso, pero eso me lo dijo Pete, igual había arreglado las cosas con Zach sobre ese asunto pero no me contó mas a detalle.

-¿Cómo? ¿el te lo contó?-saco de su bolsa un labial.

-No. Pero lo se.

-Creo que necesitas mas comunicación con el si quieres que funcione.-dijo con las manos entrelazadas, y no se porque había odiado tanto ese momento porque tal vez era que tenia razón, pues no sabia nada de Zach y a mi no me había importado preguntar nada sobre el.

El popote de Brianda estaba todo manchado de labial en la punta y no se que es lo que me daba más asco en ese momento.

-Tengo que irme.-dije y me despedí de beso.

Camino a casa, a la otra cera de la calle estaba una pequeña farmacia recién abierta, me dispuse a llegar y al sonar la campanilla, un hombre de algunos cuarenta años me atendió de lo mas amable. Mi cara se torno roja y ardía, sentía como si estuviese sudando agua hirviendo.

-Necesito la píldora del día siguiente.

El hombre cambio por completo su cara y sonrió de lado, pues habría notado aquella vergüenza que me invadía de pies a cabeza. El hombre se acerco a un estante lleno de cajas blancas y al otro estante cajas de color rosa.

-Están estas de ocho dolares.-dijo el hombre acercando una pequeña caja de color rosa.

-Esa esta bien.-saque algunos billetes de un dolar todos arrugados, los conté y se los di. Para mi buena suerte apenas y tenia para pagar las pastillas, pero para mi mala suerte, no podría pagar una botella de agua para poder tomármelas aquí y no en casa. Puse la pequeña caja entre mi cadera y el pantalón y me dirigí a casa con el cuidado de que estas no cayeran.

Al llegar a mi casa, Pete en ese momento iba bajando las escaleras y Carlotta estaba en la sala de estar con Renne, el gato. Sentí la fría mano de Pete tomar con fuerza mi brazo y sentí el aire de su respiración en mi oreja. Jale con fuerza mi brazo pero no sirvió de mucho, pues este lo tenia agarrado fuertemente.

-¿Lista para decirle a mamá?-el jalo mi brazo hasta la sala de estar, yo abrí mi boca como para decir algo pero nada, no podía decir nada.

Al momento de querer quitar su asquerosa mano de mi brazo, la pequeña caja rosa cayo al suelo, donde Carlotta estaba sentada. Ella las miro y después nos miro a los dos.

-Esto es lo que quería decirte.-dijo Pete tomándolas del suelo y alzando la pequeña caja al aire.

Me quede en silencio, pues no sabia que decir.

-¿Qué es esto, Keddan?-dijo Carlotta sorprendida.

-La pastilla del día después.-dijo Pete.

Mostrando una sonrisa cínica en su rostro, hábilmente le quite las pastillas.

-Pete y tu...

-No, un chico y yo.-dije antes de que arruinara mi tarde, mas de lo que estaba.

-Zach, el hijo de los Archibald.-dijo por deprisa Pete y no se detuvo.-Y lo metió por la ventana.

Carlotta no dijo nada y me miro.

-Creí darte mi confianza, pero creo que me equivoque.

-Que disfrute de mi vida sexual no es un delito.

-Pero si un pecado.-dijo con un tono de amargura en sus palabra.-Vete a tu habitacion.-obedecí inmediatamente, tome una botella de agua y la lleve arriba.

Odiaba como me hacia sentir esta familia, ¿por qué Pete podía meter a sus amigos y chicas a su cuarto pero yo no? Era el coraje que invadía mi mente y solo quería gritar.

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⏰ Última actualización: Jul 05, 2018 ⏰

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