Capítulo VII

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El señor Hill había aceptado el ofrecimiento de hospedaje, en la hermosa presidencia donde vivía el señor Braword con su hija.

Desde su llegada la joven lo trataba con demasiada confianza, sus modales eran muy diferentes a los que poseían las damas inglesas, la señorita Braword era más directa, expresaba con sus palabras lo que pensaba, siendo esto una cualidad no bien vista, y más si se trata de una dama:

––Usted es muy callado señor Hill, así mismo, cualquier persona que lo observa en estos momentos diría que usted está acompañado de una bestia y no de una dama.

––Disculpe, señorita Braword, es que no estoy acostumbrado a estar a solas con una dama y mucho menos con las puertas cerradas.

La joven se puso de pie y caminando hacia la puerta, la abrió de par en par, después, retornó a su asiento, diciendo un poco molesta:

––Ya está señor, no se preocupe que no le haré daño.

Descendiendo el rostro, no volvió a pronunciar palabra.

El señor Hill comprendió por la actitud de la joven que estaba molesta, se dijo, que la joven era muy distinta a las damas que había conocido. Como no le interesaba mantener una amistad, el señor Hill continuo su trabajo.

Más al transcurrir dos días y la dama mantenía su actitud, el señor Hill, deseó aminorar el problema, tratando de conversar con ella. Un tiempo en que entró el mayordomo, trayendo un servicio de té, él aprovechó para preguntar:

––Señorita Braword, es la primera vez que viaja a Inglaterra.

Ella levantó la vista de su taza, extrañada, de que el caballero le pusiera conversación, más percibió que era por cortesía:

––Sí señor, es la primera vez.

––Lo que quiere decir que usted no conoce los lugares hermosos que tenemos en esta ciudad.

––A decir verdad, no, mas, si es una propuesta para enseñármela, la acepto.

El caballero puso inmediatamente una cara de asombro, en tanto, la joven sonreía a toda garganta diciendo:

––No se preocupe, sólo era una broma, no esperaba una invitación suya, ni que fuera usted el último caballero de este país.

––¿Por qué no le haría una invitación?

––Es evidente caballero, que no soy de su agrado.

––Pues perdón si es lo que usted ha comprendido con mi actitud, para enmendar mi error, permítame invitarla usted y a su padre a una función en el teatro.

––No creen mis oídos lo que escucho, usted, ¿invitándonos al teatro?

––Sí señorita, esta noche hay una función, más no le podría decir de qué se trata, pues como usted comprenderá con mi trabajo no poseo tiempo para indagar en esos menesteres.

––No se preocupe usted, me encargaré de saber cuál es la función, y desde ya, acepto su invitación.

Una vez más el caballero se asombró, sin poder refrenar su lengua, exclamó:

––¿No le preguntara a su padre?

––Porque tengo que hacerlo, ya no soy una niña.

––Comprendo.

Los dos continuaron su trabajo.

El señor Hill estaba al pie de la escalera, esperando a la señorita Braword al junto de su padre. Cuando la dama descendía, el caballero se quedó asombrado por lo bella que estaba. La joven se había transformado, su pelo rubio estaba peinado a la moda, no como siempre lo usaba, recogido en la nunca, su vestido azul turquesa, le daba un aire de princesa, contrastando con sus bellos ojos azules intensos, descendía con tal aire de majestuosidad, parecía una reina, él sin poder ocultar su sorpresa se quedó embelesado, observándola.

Improvisto Amor 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora