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Fue mi padre el que respondió a la llamada telefónica el 9 de diciembre. Era el comienzo del fin. Dio a la policía mi grupo sanguíneo, tuvo que describir el tono claro de mi piel. Le preguntaron si yo tenía algún rasgo distintivo que me identificara.

Él empezó a describir minuciosamente mi cara y se perdió en ella. El detective Harrington lo dejó continuar, ya que la siguiente noticia que debía comunicarle era demasiado horrible para interrumpirlo. Pero luego se lo dijo:

Señor Byers, sólo hemos encontrado una parte del cuerpo.

Mi padre estaba de pie en la cocina y le recorrió un desagradable escalofrío. ¿Cómo iba a decírselo a Joyce?

Entonces, ¿no están seguros de si está muerto? —preguntó con dificultad.

No hay nada seguro —respondió el detective.

Ésa fue la frase que mi padre repitió a mi madre.

Durante tres noches no había sabido cómo mirar a mi madre o qué decirle. Nunca se habían sentido desesperados al mismo tiempo. Por lo general, uno necesitaba al otro, nunca se habían necesitado a la vez, y por tanto había habido
una manera, agarrandose de las manos, de tomar prestadas fuerzas del más fuerte. Y nunca habían comprendido como entonces el significado de la palabra «horror».

No hay nada seguro —repitió mi madre en un triste susurro, aferrándose a ello como él había esperado que hiciera.

Más tarde, esa mañana, el cielo se despejó, y no muy lejos de mi casa la policía acordonó el campo de trigo y emprendió su búsqueda. La lluvia, aguanieve, nieve y granizo, al derretirse y mezclarse, habían dejado el suelo empapado; aún así, había una zona donde habían removido recientemente la tierra. Empezaron a cavar por allí.

En algunas partes, según se averiguó más tarde en el laboratorio, había una fuerte concentración de mi sangre mezclada con la tierra, pero en esos momentos la policía se sentía cada vez más frustrada, cavando en el suelo frío y húmedo en
busca de un niño.

¡Aseguren el área! ¡No permitan que las personas pasen por este lugar!

A lo largo del borde del campo de fútbol se habían detenido unos cuantos vecinos a una distancia respetuosa del cordón de la policía, intrigados por los hombres con pesadas parkas azules que manejaban palas y rastrillos como si se tratara de herramientas médicas.

Como siempre, no falta la gente metiche.

Mis padres se habían quedado en casa. Max no salió de su habitación. Buckley estaba en casa de la abuela, donde pasó mucho tiempo esos días. Le habían dicho que yo me había quedado más días en casa de mi amigo Dustin y por eso no volvía a casa.

Yo sabía dónde estaba mi cuerpo, pero no podía decírselo a nadie. Observé y esperé a ver qué veían.

Y de pronto, a media tarde, un policía levantó un puño cubierto de tierra y gritó:

¡Aquí! detective Harrington, encontramos algo sospechoso —dijo un hombre un poco agitado, ambos se dirigieron al lugar donde habían obtenido una pista.

¿Pero qué es esto? —susurró uno de los acompañantes del detective. Harrington, con una lapicera que llevaba con él, sacó un gorro con la misma descripción que había dicho la familia Byers, sólo que este estaba lleno de tierra y al parecer sangre.

Mucha sangre.

⌈THE LOVELY BONES⌋ will byers╏terminadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora