Ícaro

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Ícaro, el las alas falsas
Y la cabeza bien alta,
Hizo oídos sordos a las advertencias
De su preocupado padre
Y se elevó,
Ansioso por la libertad de la que había sido privado.

Se embriagó con la sal del océano,
Y, en el éxtasis,
Olvidó quién había sido antes de ese momento.
Y se imaginó que sus huesos estaban hechos del mismo material
Que el de los pájaros y dioses que gobernaban los cielos
Y las plumas atadas en sus brazos eran una mera extensión de su piel.

Cortó el aire,
Las nubes,
Hasta que Apolo pasó sus dedos de luz por
Sus cabellos como oro
Y cegó sus ojos acostumbrados a las tinieblas.
Aun así, Ícaro sonrió
Porque sabía que ahí era donde debería estar,
Entre los brazos ardientes de un dios;
Y se entregó cuando el sol
Besó su piel blanca por el cautiverio
Y lo envolvió, cálido como una manta.

No sintió la cera derritiéndose,
Ni el viento furioso golpeando su espalda,
Ni siquiera oyó las palabras desesperadas y rotas
Con la voz del dios
Que martillaban en el fondo de su cabeza;
Sólo tenía cuerpo para sentir esa caricia ardiente
Con la que había soñado por largas noches
Y que ahora le rozaba el rostro,
El estómago,
Las manos,
Las puntas de los dedos del pie...

Y luego nada.
Solo fría oscuridad
Hasta que la luz no fue más que
Un mero punto entre el cielo azul móvil
Y las nubes eran burbujas
Y la calidez era un recuerdo.

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