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Hiro escribia cosas sin importancia en su pequeña libreta de pedidos. De vez en cuando levantaba la mirada hasta su compañero quien, silencioso, limpiaba las mesas del lugar. Con la última llamada de Miguel y de aquella tan temida confirmación, el ambiente tenso en la pizzería, era palpable.

Kubo no se encontraba mejor. Sentía el rechazo por parte del mitad japones, sin mencionar la insistente mirada que su mejor amigo ni se molestaba en disimular. Era simplemente ridículo, no entendía ese comportamiento tan inmaduro por parte de Hiro. Había metido la pata, lo sabia, mas nunca se imaginó que el tema afectaría tanto al mayor. Llegó esa misma mañana a la pizzería después de su llamada con el pelinegro, necesitaba verlo, aclarar las cosas con él. Para su mala suerte, éste se negó a escucharlo, simplemente lo ignoró.

«El amor es una porquería» Se repetía en su cabeza.

No había mayor sonido en la pizzería que el de la calculadora al sacar cuentas de la ganancia del día. La situación era por más agobiante, tanto que rosaba lo macabro. Hiro rogaba por que Miguel llegará pronto y lo salvará de ese martirio.

El sonido de la campanita avisaba la llegada de alguien en la pizzería. Por las puertas del lugar, un sonriente moreno con un ramo de rosas en mano, entraba luciendo un elegante traje de charro. Al verlo, el rostro de Hiro pasó de incómodo a reluciente. Con tan sólo sonreír, Miguel provocaba eso y más en el menudo chico. Sin embargo...

Lo que vió a continuación lo dejó sin habla, su corazón se encogió. ¿Enojo? Era muy poco para lo que Hiro sentía en ese momento; ¿rabia? podía ser. Sintió sus cabellos erizarse cual felino agresivo, al igual que sus uñas rasgar en la superficie de la barra. Mordió sus labios con fuerza, lastimando una herida que el moreno provocó hace días (por una mordida, claro). Sentía su estómago revolverse.

Miguel había sonreído a Kubo.

La naturaleza de Miguel se basa en ser coqueto, no es necesariamente malo, pero con alguien como Hiro, aquello se volvía un arma de doble filo.

—Mm-hm— carraspeó.

El moreno se aproximó a la barra sin darse cuenta por lo que su pareja pasaba, no es que fuera distraído. Está enamorado. Y como dicen en su tierra: "El amor apendeja". Al llegar hasta la barra, plantó un tierno beso sobre la mejilla de su novio, lo que provocó que ambas mejillas tomaran un leve color rosado.

Snoopy, perdona mi tardanza.— dijo apenado —He pasado a comprar este ramo, es para ti, obvio.

El pelinegro río ante la torpeza con la que su novio se excusaba. No iba a mentir, si se había molestado, pero eso fue antes de verlo entrar. No debía, no podía enojarse con ese hombre. Entonces recordó. De inmediato, su cara se volvió sería.

—No debiste molestarte.

—No es ningúna molestia, es un detalle para el hombre que amo.

El corazón de Hiro latía descontrolado bajo su pecho, sentía sus piernas temblar. De no ser por su autocontrol, seguro se hecharia a llorar. Curioso, dirigió su mirada hasta su amigo quien, por alguna razón, se encontraba ruborizado. Fue ahí que una idea pasó por la cabeza del mitad japones.

—Miguel...— dijo antes de unir sus labios con los del moreno. Era un beso húmedo y fogoso, de los que sólo se daban en la intimidad. Por ello, es que a Miguel lo tomó por sorpresa. Sentía nadar en un mar de sentimientos y sensaciones, ambos provocados por el delgado chico que lo besaba de manera tan descarada. Por inercia, tomó la cintura de su novio pegandolo más a su cuerpo. Por suerte, la pizzería había cerrado ya, de no ser así, habría sido bochornoso que algún cliente los encontrara en esa situación. No pasó, ningún cliente los vió, pero un avergonzado japonés, si.

—¿Y eso?— preguntó Miguel al separarse del beso.

—Te extrañé.

Eso fue todo. Hiro Hamada atrapó a Miguel Rivera.

No tardó en capturar a su novio entre sus brazos, aspirando el dulce aroma de su colonia. Al estar abrazados, Miguel daba la espalda al otro chico, por lo que Hiro no desaprovechó la oportunidad de formar una déspota sonrisa. Kubo tan sólo apartó la mirada.

El tierno momento fue interrumpido por el pitar del reloj de muñeca que Miguel llevaba consigo.

—¡Que ya es muy tarde! Nuestra reservación es a las nueve.— el pelinegro lo miró confundido.

—¿Reservación?— Miguel sonrió.

—Es nuestro aniversario, ¿Recuerdas?

—Un mes, Miguel. Un mes.

—Un mes, diez años, un siglo, lo que sea. Pero yo lo quiero celebrar contigo.

Entonces Hiro se preguntó: ¿Qué hizo para merecer a tan perfecto hombre?

—Vamos, Hiro. No pensarás ir vestido de pizzero, ¿verdad, cariño?

—¿Ha caso te avergüenza?— reclamó bromista.

—Por mi está bien.— dijo Miguel —Pero yo si me quiero cambiar de ropa. No entraré a un restaurante vistiendo de charro.

El pelinegro rodó los ojos; a su parecer, Miguel no lucía mal, al contrario, se veía increíble, pero no se lo diría. Como todo un caballero, el moreno se apresuró en abrir la puerta.

—Hasta luego, Kubo.— se despidió meramente por cortesía, en realidad, ya había olvidado la presencia del otro chico en el lugar. Por otra parte Hiro, tan sólo lo miró indiferente antes de salir junto a su novio.

Completamente solo, Kubo soltó un suspiro agotado. No fué su mejor día. Caminó hasta la barra de pedidos, dónde su amigo olvidó su libreta. Ésta se encontraba abierta en una página, donde el nombre de Miguel relucía con tinta azul y pequeños corazones a los costados.

Hiro Hamada, ¿Qué demonios le pasaba?

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He aqui el capítulo.

¡Oh Pizza! -HiroguelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora