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Summer Evans

Lo odio. Odio que sea mi vecino. Odio que vayamos a la misma clase. Odio que se meta en problemas cada dos por tres. Y sobre todo odio que haya pegado a mi novio. Sí, odio profundamente a Tyler Coleman.

Estaba tan distraída en mis pensamientos que no me di cuenta que Lara, mi mejor amiga, me llamaba desde hacía un buen rato.

—Joder Sum, pensaba que habías muerto—solté una pequeña carcajada y presté atención a la chica que gritaba detrás de la pantalla— ¡no te rías! ¿Quién me explicaría matemáticas e historia durante lo que queda de curso?

—Ah, ya veo. No te importa si muero porque soy tu amiga, sino porque soy tu profesora personal—se escuchó una risa.

— ¿Quedamos esta tarde en la biblioteca? Necesito que me expliques eso de las equis, como se llamaba—pensó durante unos largos segundos.

—Ecuaciones Lara, se llaman ecuaciones. Y deberías saberlo llevamos como cinco años haciéndolas.

—Sí, sí como tú digas. A las seis, en la biblioteca del instituto. Recuerda, tenemos dos horas para que me enseñes absolutamente todo sobre las ecusiones esas.

— Ecuaciones—no sé si llegó a oírlo porque colgó la llamada.

Lara había sido mi mejor amiga desde prácticamente toda la vida. Nuestros padres eran amigos y cada sábado hacíamos una barbacoa y habíamos llegado a ir de vacaciones juntos algún año. A pesar de que decíamos que éramos "hermanas", el físico lo descartaba completamente ya que éramos todo lo contrario. Ella era morena de piel con un cabello castaño oscuro que le llegaba hasta los hombros. Sus piernas eran largas y estilizadas, eso hacía que se viera alta y más cuando se ponía unos tacones de ocho centímetros porque decía que las altas también podían usar.

Bajé las escaleras dispuesta a coger mi coche e ir al instituto, pero una mujer se interpuso en mi camino.

—Ya me ha informado tu profesor de que tienes la nota más alta de la clase—sonreí triunfante, me sentía orgullosa—pero que te diferencias muy poco de la segunda persona. Un nueve con ocho y un nueve con siete no hay casi diferencia. Y ya que has sacado esa nota ¿por qué no un diez?—agaché la cabeza, daba igual lo que hiciera, si era la mejor nota de la clase, buscaba cualquier pega para que mi logro no fuera tan merecido.

—Lo siento madre. Te prometo que me esforzaré más la próxima vez—me disculpé—voy a la biblioteca de Wester. No tardaré—dicho esto, salí por la puerta cerrando con llave.

Vi el coche de mi amiga ya aparcado. Me estaba esperando en la entrada con los libros en los brazos y hablando por teléfono.

— ¡Claro! Allí estaremos—silencio— Sí, no lo dudes. Adiós—colgó la llamada y me miró sonriendo—esta noche, fiesta en casa de los Anderson.

—No puedes pasar un día sin fiesta ¿verdad?—negó con la cabeza, divertida.

Entramos en la enorme biblioteca. Buscamos una mesa vacía por toda la sala, pero no había sitio. Subimos a la planta de arriba, donde había los ordenadores y algunas mesas esparcidas por el lugar, pero no encontramos ninguna silla donde poder sentarnos hasta que vimos que una chica que se levantaba y dejaban una mesa libre. Corrimos como nunca y Lara se sentó en la silla, el problema fue que no era la única. Una chica con el pelo de color negro teñido, muchos piercings por toda la cara y vestida completamente de oscuro, se había sentado en el único asiento libre que había en la mesa, el mismo que mi amiga. Sí, las dos se habían sentado en la misma silla y se empujaban mutuamente para que alguna de las dos cayera al suelo.

—Sal de aquí ahora mismo—gritaba Lara—me he sentado yo primera.

— ¿Estas de broma? He llegado yo primera—discutía.

Lara empujó a la chica y esta cayó al suelo. Luego se levantó y pudimos ver lo alta y grande que era, daba mucho miedo. Si Lara la hubiese visto bien, el asiento sería suyo pero era demasiado tarde para arrepentirse, la chica nos estaba mirando y parecía que nos quisiera asesinar.

—Os vais a arrepentir por esto—dicho esto, se fue. La miré y vi como se reencontraba con una chica de la misma estatura que ella, esta tenía un enorme tatuaje en el brazo y llevaba una chaqueta de cuero colgada en el hombro. Las dos se giraron y me pillaron mirándolas. Estoy segura que estaban planeando como vengarse, pero bueno nosotras no habíamos quedado con la mesa.

—Sum, vas a tener que ir a por otra silla, porque mesa tenemos, pero tú no te puedes sentar en ningún sitio—caminé hacia recepción y pedir una silla, según yo, era lo más lógico ya que por la biblioteca no había ni una sola silla libre.

Al llegar a recepción vi un chico de espaldas. Su cabellera castaña me llamó mucho la atención, su espalda era fuerte y su altura podía pasar del metro ochenta. Estuve observando su belleza hasta que el chico se giró y dejó ver al chico que había golpeado a Chris esa misma mañana.

— ¿Qué haces tú aquí?—pregunté cabreada. Él me miró unos segundos y luego respondió a mi pregunta.

—Trabajar. ¿Necesitas algo?—su rostro no expresaba nada y eso me cabreaba aun más.

— ¿Por qué esta mañana pegaste a mi novio?—volví a preguntar.

—Se lo merecía. ¿Necesitas algo?—respondió.

— ¿Pero no estás expulsado?

—No, no estoy expulsado. Y repito por última vez ¿necesitas algo?

Me di la vuelta dándole una mirada asesina. Cuando llegué a la mesa que habíamos conseguido a la fuerza, Lara había conseguido una silla para mí.

—Tenemos que irnos—dije seria.

— ¿Por qué, qué pasa?

—Coleman está trabajando en esta biblioteca—con el dedo señalé al suelo, cabreada. Ella solo soltó una sonora carcajada.

—No jodas—otra carcajada—bueno, haz que no está. Es fácil, solo siéntate en esta silla y explícame las ecusiones, sin pensar en él—intentó aconsejarme.

—Se llaman ecuaciones y no puedo hacer como si no estuviera.

—Te recuerdo que es tu vecino, tarde o temprano lo tendrías que ver—dijo.

Me senté con ella y repasemos las ecuaciones punto por punto. Tardamos bastante ya que a Lara, las matemáticas se le daban fatal pero al final las supo hacer. Ya eran las ocho y tuvimos que irnos, ya que cerraban la biblioteca. Entonces recordé lo que me había dicho mi amiga "Fiesta en casa de los Anderson".

— ¿A qué hora es la fiesta?—ella dio un gran salto emocionada.

—A las doce empieza—exclamó.

—Vale, a las once y media te paso a buscar.

Incompatibles © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora