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Tyler Coleman

Las horas en la biblioteca se habían pasado relativamente rápido. Pensaba que sería una tortura pero solo era poner libros en la estantería y decirle a aquellos que hablaran más fuerte que los demás bajaran la voz. Pero no todo fue tan tranquilo cuando Summer entró por la puerta. Por suerte solo intercambiamos tres palabras y un par de miradas asesinas por parte de ella.

Cerré la puerta con llave y caminé hacia mi motocicleta pero antes de llegar, Amanda se paró delante de mí.

—¿Conocías a esas niñas pijas?—pensé durante unos segundos, rezando por que "a esas chicas" no se refiriera a Summer y su amiga.

—¿Que niñas pijas?—pregunté con cara de póquer, esquivándola para poder seguir caminando.

—Vamos, no te hagas el tonto, te he visto hablando con la rubia esa—dijo convencida.

—No sé de qué me estás hablando—negué. Amanda no se quedaría con los brazos cruzados si ellas habían hecho algo que le molestara. Y sinceramente, se enfadaba muy rápido. Puedo decir que hace unos pocos meses se encaprichó conmigo, no me dejaba en paz ni un solo momento, siempre se ponía celosa si hablaba con otra y hasta llegó a darle una paliza a una chica porque nos pilló besándonos. Por eso mismo intentaba decirle que no conocía la chica a la que se refería.

Me subí en el vehículo ignorándola por completo. Necesitaba olvidarme de todo, de mi familia y todos los problemas que la rodeaban, de mis admiradoras locas, de mi preciosa vecina que me odiaba y del idiota de su novio. Necesitaba pelear.

Aceleré a toda velocidad para llegar lo antes posible a la fábrica abandonada en la que siempre se hacían las peleas ilegales. Era un sitio que por fuera daba miedo y que dentro lo daba aún más.

Abrí la enorme puerta con ganas, todo el mundo se giró y al verme, estallaron en gritos. Dentro de ese sitio, era leyenda. Nunca y repito, nunca, había perdido en una pelea. Cada semana cientos de personas apostaban por mí, sabiendo que ganaría y siempre acertaban.

—¿Pero que tenemos aquí?—exclamó Samuel, el chico con tatuajes por la cara que tenía un micrófono en la mano—si es el gran Coleman, un fuerte aplauso—me di cuenta de que ahora los protagonistas no eran los chicos que se estaban peleando en el escenario, sino yo—y ahora prepárate, que vas a pelear.


Summer Evans

Ya era de noche, exactamente las diez y media, miraba por la ventana, viendo como nubes negras se movían rápido y sin detenerse. Por un momento miré hacia la casa de Tyler, no se oía ningún ruido ni se veía ninguna sombra. Me daba un poco de pena ese chico, todo el mundo sabía que su padre se había suicidado, que su madre era una mujer depresiva que no trabajaba y que sus dos hermanos pequeños estaban creciendo sin un padre ni una madre.

Lara salió del vestidor con un precioso vestido, color blanco y apretado al cuerpo que le llegaba un poco más arriba de las rodillas. A decir verdad era precioso y sinceramente le quedaba mejor a ella que a mí.

—Te queda genial—me levanté del asiento dirigiéndome hacia donde estaba ella y le acabé de abrochar la cremallera de la espalda, ya que ella no llegaba.

—Es precioso, me lo puedes reglar si a ti no te gusta...—dijo sin más con una sonrisa de oreja a oreja. Negué con la cabeza y sonreí.

Yo me había puesto una camiseta corta de color rojo y un pantalón de campana del mismo estilo. Para completar el look, me había colocado unos pendientes de perlas y una trenza despeinada.

Incompatibles © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora