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Tyler Coleman

Puedo asegurar con gran certeza que Summer Evans nunca se ha percatado de mi presencia. Da igual que hayamos sido vecinos durante diecisiete años o que hayamos compartido clase desde que empezamos la secundaria. Ella ha estado demasiado centrada en su perfecta vida como para fijarse en un chico de clase baja, que lo único que hace es meterse en problemas.

Todo empezó aquel día; una niña de cinco años, con una cabellera rubia agarrada con una goma en la parte más alta de la cabeza, jugaba a tirar hacia arriba la pelota completamente sola. En ese momento me quedé hipnotizado por lo guapa que era, solo era un niño de cinco años, pero supe que a partir de ese día las cosas cambiarían. Entonces unos niños se acercaron a ella y le preguntaron si podían jugar. Con una amplia sonrisa, la pequeña asintió y se pusieron a jugar todos juntos. Hoy en día ese niño pijo que le pidió jugar es su novio y me culpo por no haber ido hacia ellos y decirles "¡Hola! ¿Puedo jugar con vosotros?", simple ¿verdad? Pues no, no me acerqué y vi desde mi ventana como se lo pasaban en grande.

Volví a tener la oportunidad de hablar con ella. El día de Halloween, cuando teníamos siete años, ella se había disfrazado de bruja y por primera vez, fue ella la que se acercó hacia mí y me preguntó si quería acompañarla a picar casa por casa a buscar caramelos. Fue un ataque de nervios o el hecho de que me intimidaba demasiado, que ni siquiera le dije un "ahora no puedo", me di la vuelta y la dejé allí parada con las palabras a medio salir.

Después de unos cuantos años viéndola desde lejos, supe que ella y yo nunca hablaríamos y era yo el culpable de que ni si quiera nos conociésemos.

Llegó la secundaría. Esa etapa en la que todo son inseguridades y primeras veces. No recuerdo muy bien el día que empecé el instituto, pero sí que recuerdo el día en que informaron a mi padre que no podía seguir trabajando porque cerraban la empresa. Fueron unos meses duros en lo que mi padre no comía, después empezó a consumir alcohol para calmar sus penas. El único dinero que teníamos era el que traía mi madre a casa, pero no era suficiente para sacar una familia con tres menores a delante y menos si mi padre se gastaba todos los ahorros en bebidas alcohólicas.

Cuando cumplí quince, mi padre encontró trabajo y aseguró que cambiaría, ya no sería el padre que llegaba a las tantas de la noche con una borrachera de adolescente y también dijo que volveríamos a ser la familia que éramos años a tras, sin preocupaciones ni deudas que pagar.

Pero nada fue así. Mi padre si dio cuenta de que todo se le venía encima y se suicidó. Sí, dejó todo el marrón a mi madre, que tenía a tres hijos que cuidar sola sin alguien que la ayudara. Sabía que necesitaba mi ayuda, así que cuando cumplí los dieciséis empecé a participar en peleas callejeras donde la gente apostaba mucho dinero. Me di cuenta que peleaba bastante bien y me convertí en el mejor.

El timbre sonó y me volvió a la realidad. La gente empezó a recoger sus cosas sin detenerse y una vez fuera, se reunían con los amigos para hablar de lo aburrida que había sido la clase. Caminé sin detenerme por los pasillos hasta que una enorme mano se estampó en mi espalda. Chris Tanner. Si digo que odiaba a ese niño pijo, es decir poco. No solo porque estaba saliendo con mi amor platónico, sino que siempre se ha creído mejor que yo, eso sí que no lo soportaba.

— ¿Que pasa Ty?—odiaba que me llamara así— ¿vas a venir a ver cómo ganamos?—moví mis hombros para que me soltara. Este lo hizo y levantó los brazos—relájate amigo, yo no tengo la culpa de que fueras tan malo jugando que te tuvieran que echar del equipo—me giré rápidamente y le empujé hacia atrás. Él sabía perfectamente que no me habían echado porque fuera malo, sino porque no podíamos pagar y tuve que abandonarlo.

—Vete al infierno, Tanner—dije con calma, no quería pelea con ese chico, más que nada porque sus padres tenían mucho dinero y podían hacer que me expulsasen del instituto en un segundo. Me di la vuelta y seguí caminando.

— ¿Dónde? Ah, el sitio donde está tu padre ¿verdad?—frené en seco, nadie podía nombrar a mi padre, nunca. Me acerqué rápido al chico que tenía una sonrisa arrogante y le di un puñetazo en la cara. Por un momento pensé que le había partido la nariz, ya que se escuchó un crujido en el momento que mi puño impactó en su perfecto rostro.

Se levantó con la mano en la nariz, esta le sangraba pero seguía con una sonrisa. Pude darme cuenta que a nuestro alrededor se formó un cúmulo de gente que miraba impactados la escena, la mayoría gritaban que siguiera la pelea, otros solo se tapaban lo boca al ver la sangre que manchaba el impecable suelo.

—Me parece que el que va a ir al infiero eres tú, pequeño Ty—estuve a muy poco de volver a golpearlo hasta que no sintiera la cara, pero la voz del director se hizo presente, gritaba y movía las manos dispuesto a hacer desaparecer todas las personas que estaban de espectadoras.

Primero miró a Chris, que tenía la mano puesta en la nariz, le caían gotas de sangre y ponía cara de víctima. Después, el hombre me miró a mi más enfadado que nunca, era como si acabara de ver un cadáver y yo fuera el asesino.

—Tyler, a mi despacho ahora mismo. Chris ves a la enfermería—cuando el director se dio la vuelta, a mi querido enemigo le apareció una sonrisa triunfante, había perdido los nervios y me lo harían pagar. Pero yo no me quedaría con los brazos cruzados.

Entremos en el despacho, todo estaba como la última vez que vine, que fue hace dos semanas. Las sillas eran de madera, menos la del director que se veía de cuero del caro. Las paredes eran completamente blancas y tenían cuadros con dibujos de unos niños pequeños que seguro que eran de sus hijos. A la derecha, unos enormes ventanales hacían que una luz acogedora entrara a la habitación y en el suelo, una enorme alfombra roja.

—Coleman, esta es la tercera vez en este mes que estas aquí—agaché la cabeza—mira, sé que tienes problemas familiares y todo eso, pero aquí en el instituto te hemos dado demasiadas oportunidades. Lo siento mucho pero tenemos que expulsarte—levanté la mirada y me encontré con los ojos castaños del director, es verdad que me habían dado muchas oportunidades pero no podía dejar que me expulsasen, tenía que acabar por lo menos el instituto—ahora llamaremos a tu madre y le informaremos que...

—No, no por favor, mi madre no se puede enterar de esto. Necesito una última oportunidad, este es mi último año y necesito terminar el instituto. Por favor—supliqué.

—Lo siento chico, no puedo hacer otra cosa, has roto demasiadas normas.

—Por favor, póngame el peor castigo, lo haré, pero no me expulse—aunque estuviera rogando, no me arrepentía de lo que le había hecho a Chris, él se merecía eso y mucho más, pero obviamente, no se lo diría.

Sostuvo la mirada unos segundos conmigo y luego la agachó, negando y rebuscando entre los papeles que había en su escritorio. Cuando encontró el folio que estaba buscando, me lo entregó.

—Bien, trabajaras en la biblioteca durante todo este mes. No cobraras nada, pero sí que te librarás de ser expulsado. La trabajadora está de baja, así que serás tú quien le substituyas. Empiezas hoy—por una parte estaba feliz, no sería expulsado y aun mejor, mi madre no se enteraría de lo que ha pasado hoy, pero por otra enorme parte sabia que haría el ridículo trabajando en la biblioteca del instituto, aunque no me podía quejar, me había salvado de una buena.

Sostuve el papel entre mis manos y leí con atención las normas. "Abierto de cinco de la tarde a ocho de la noche" tres horas encerrado en ese sitio, que aburrido. Le di las gracias al director y caminé hacia la salida.

—Tyler, recuerda que esta es tu última oportunidad. No la desperdicies—asentí y salí de la sala.

La gente me miraba pero no me detuve, entre todas esas personas puede ver a Summer mirándome con rabia, me odiaba.


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Aquí os dejo el primer capitulo. Espero que lo hayáis disfrutado.

~PAU


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