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Zafirina caminaba hacia el campamento mestizo sola. Había estado con su madre pero quería un momento sola y el mejor momento era de camino a ese lugar.
El sol brillaba demasiado, sentía el calor en su cuerpo, una sensación que no había sentido antes y si lo había hecho, no lo recordaba. Todo era muy colorido.
Dijeron que tenía que integrarse en el campamento pero ella sabía que iba a ser trabajo difícil. Miraba de reojo a las personas a su alrededor. Mortales, sabía que la única razón por la cual la miraban era que al tener camiseta de manga corta sus cicatrices se le notaban en los brazos y claro, tenía varias en el rostro, unas más novedosas que otras. En el tártaro seguian habíendo monstruos que creían poder contra ella, le causaban daño pero Zafirina era una chica que daba lucha y siempre ganaba. Quizá es por eso que los monstruos la respetan y también había que tener en cuenta que era una Diosa aunque no se veía como una.
La chica jamás pensó de si misma como una diosa si no como una chica con traumas graves que aprendió a vivir, nada más.
Tampoco la ayudaba mucho su apariencia. Su cabello negro siempre tenía sangre de alguien más y cuando se bañaba a las horas volvía a tenerlo igual, las mencionadas cicatrices y sus expresiones faciales eran siempre de disgusto o enfado. Una Diosa no se veía como ella lo hacía.
La peor parte era su gigante cicatriz desde su cuello hasta su pómulo. Hecha por Críos, uno de los titanes que habitaban en el Tártaro.
Llegando al campamento mestizo sintió la necesidad de volver al Tártaro. Sonaba tan gracioso.
Se detuvo cuando escuchó un ruido atrás. En un rápido movimiento sacó su espada.
—Creí que eras alguien más.—comentó al ver a su madre ahí.
—Solo venía a saludarte.—los Dioses no podían mantener ese tipo de contacto con sus hijos pero Zafirina era un caso especial.
—Oh.—contestó—Estoy nerviosa.
Su madre asintió comprensiva ante lo dicho por su hija.
—Será fácil, verás, no hagas nada que yo haría.—Zafirina rió. Sabía que en realidad el dicho era no hagas nada que yo no haría, pero con su madre era diferente.
—Lo tendré en cuenta.—comentó y su madre asintió en respuesta, sin más, desapareció entre sombras.
Siguió caminando un poco hasta que llegó. Que lugar horroroso. Fue esa su primera impresión. Caminó bajo la atenta mirada de muchos hasta que alguien se posó frente a ella. Supo quien era enseguida pero aún así no habló.
—Se quién eres.—murmuró el chico entre dientes. El no entendía como Quirón podía permitir a alguien como ella en el campamento mestizo—Se lo que hiciste también. Deberías estar en el Tártaro, ni siquiera eres una semidiosa.
