23. Cinco letras

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—Aún no sé por qué estás aquí, corazón —dice la abuela con las palmas de sus manos a cada lado de sus mejillas mientras me mira fijamente

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—Aún no sé por qué estás aquí, corazón —dice la abuela con las palmas de sus manos a cada lado de sus mejillas mientras me mira fijamente.

    Suspiro a la vez que observo el móvil con ahínco.

    —No lo entiendo —sigue diciendo—. Deberías estar allá. Con él, con su hermana, con Briana... En pocas palabras, con todos ellos. No sé si aún los recuerdas, pero te daré pequeñas pistas. Mmm..., déjame pensar. ¡Ah, sí, lo tengo! Esos que han estado para ti durante todo este tiempo, apoyándote, animándote, estando contigo... ¿Sabes de quiénes te hablo, cariño? —termina, parpadeando repetidas veces con una sonrisa hecha.

    —Abuela, ya para, ¿sí? —respondo cansada y vuelvo a mirar el teléfono inteligente.

    —¡Pues no! —Escucho cómo golpea la mesa de la cocina—. ¡Me niego a que vuelvas a ahogarte en un mar de dolor! ¡No señorita! ¡Si tengo que cantaletearte veinticuatro siete para que entres en razón, eso es lo que haré!

    Colérica, giro hacia la abuela.

    —¡Ni siquiera sabes por qué estoy aquí! ¡Aún no te he contado nada, así que no entiendo como puedes hablar sin conocer los hechos!

    —¡Ja! ¡Como si necesitara hechos! Te conozco, cariño. Te conozco como la palma de mi mano, y solo hay una cosa que puede hacerte correr en dirección contraria: el amor.

    Agacho la cabeza, intentando que la abuela no vea cómo se empañan mis ojos.

    —Sé que tuviste momentos difíciles después de la muerte de tus padres, de mi bebé —le tiembla la voz cuando recuerda a su hija—. Aún los tienes, sé que los tienes, pero eres fuerte, Grecia.

    —¡Pff! ¿De verdad crees que soy fuerte? Si lo fuera, no me sentiría tan vacía como me siento y, por supuesto, no huiría como recién acabas de comentar.

    —Repollito, no tires por la borda todos estos años de sudor y lágrimas que invertí en tu crianza. Sabes que eso no significa ser fuerte, cariño. Eres fuerte porque sabes que sufres por ello, entiendes lo que te duele, y lo que te hace daño e intentas lidiar con ello aun cuando nadie te ha enseñado a hacerlo. Y ese es el primer paso para una vida de valientes.

    No tengo palabras ahora mismo. Solo continúo pensando y pensando qué o no hacer. Estoy tan confundida...

    —Bueeeno... Ahora que ya he sido sensiblera contigo, toca la siguiente parte —se cruza de brazos—: ¿por qué sigues aquí?

    —Ya sabes la decisión que tomé, abuela. O al menos creo que eso fue una decisión.

    —Una mala decisión, si me permites decir. Y si has aprendido algo de lo que hemos hablado, sabrás que deberías haber tomado otra decisión; o, en todo caso, como aún hay tiempo, puedes volver a decidirte por otra cosa que no sea ocultarte aquí.

Entre cambios y deseos ©️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora