Prólogo

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Tras un sueño un tanto extraño, la morena que yacía en su cama empezó a desperezarse cual gato, crujiendo su espalda

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Tras un sueño un tanto extraño, la morena que yacía en su cama empezó a desperezarse cual gato, crujiendo su espalda. Se quedó mirando un zapato tirado en el suelo como si en ese objeto estuviera la respuesta a todos los males del mundo. Qué equivocada estaba.

Tras un breve momento de reflexión, se dio cuenta de que era domingo y que su padre le había pedido que le ayudara con unos recados. Prácticamente saltó de la cama y,  mientras se vestía, canturreaba una canción, hasta que el zapato enigmático la hizo tropezar y soltar un quejido.

Bajó las escaleras buscando algún ápice de movimiento en su hogar, pero no halló nada, así que tras echar un pequeño vistazo a su pelo y ver lo desordenado que estaba, cogió el peine e intentó acicalarlo un poco. Tras un intento fallido de dejarlo decente, se hizo un moño desordenado para luego coger las llaves, el móvil y sus preciados auriculares.

Andaba por la calle, camino a la cafetería que su mejor amigo y ella habían descubierto unos meses atrás. Mientras se dirigía a su destino jugaba a no pisar las líneas separatorias de los adoquines de la calle, al ritmo de una de sus canciones favoritas de Kansas.

Cantaba poco a poco la letra porque no quería ponerse en medio de la calle a dar un concierto, aunque no es que tuviera una voz fea; de hecho cantaba bastante bien, al igual que también bailaba con mucha clase. Pensaba qué era lo que iba a pedir al llegar, se le antojaba aguacate... Sólo de pensar en unas deliciosas tostadas con aguacate, la boca se le hacía agua. Quizás lo acompañaría con un frappé o un café bombón.

Los pensamientos fueron cortados de golpe cuando sintió un cuerpo impactar contra su pecho. Estuvo apunto de ponerse a despotricar cuando se dio cuenta de que era su pelinegro mejor amigo, justo al que intentaba contactar para que desayunaran juntos. Por cosas como esas a veces pensaba que de verdad estaban conectados de alguna manera.

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La alarma sonó por tercera vez, y por tercera vez fue silenciada por la mano del joven chico que se resistía a abandonar su guarida entre las sábanas

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La alarma sonó por tercera vez, y por tercera vez fue silenciada por la mano del joven chico que se resistía a abandonar su guarida entre las sábanas. Antes de que desgarrara el silencio por cuarta vez, se levantó y la apagó de forma definitiva.
Bostezó y dejó que la rutina mañanera pasara de largo como todos los días.

Aún adormilado, decidió salir a la calle a despejarse un poco. Era un hermoso domingo, con el cielo despejado en el que no se veían trazos de la sutil melancolía que empañaba todos los domingos.

Miró, como siempre distraído, al vuelo de las aves. La música en los auriculares lo aislaba de todo, de una forma cuyo ambiente prefería no romper, así que ignoraba hasta el móvil, que no paraba de vibrarle con nuevos mensajes.

Frunció el ceño al ver un pequeño pájaro volando inseguro, posiblemente en lo que fuera su primera vez. Poco a poco, tomó más confianza y agitó las alas más rápido, hasta acabar perdiéndose en la línea del horizonte. Sonrió para sí, aunque pronto otra cosa requirió su atención.

El choque no fue doloroso pero sí inesperado. Tras recomponerse, vio a su amiga Lau frente a él.

—¡Hey, Lau! —saludó risueño.

La chica le sonrió de vuelta y guardó el móvil, que iba mirando.

—Te estaba intentando mandar un mensaje, ¿por qué no contestabas?

—Pues... No vi tus mensajes.

Ella lo miró con una ceja alzada. Le echó un vistazo.

—No te has molestado ni en peinarte, ¿eh?

Se asomó al cristal de un escaparate para asegurarse de si lo que dijo era cierto. Se encontró con su rostro, algo infantil para sus 16 años, casi 17, y sus ojos marrones lo observaban al otro lado del cristal. Comprobó que, tal y como había dicho Lau, su pelo negro está despeinado. Como casi siempre.

Entre una animada conversación, ambos se dirigieron a su sitio predilecto: una cafetería en la esquina. Entraron, y el chico no pudo evitar sonreír al ver a su pelirroja favorita allí.

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Las puertas de la cafetería se abrieron, dando paso a la veinteañera italiana

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Las puertas de la cafetería se abrieron, dando paso a la veinteañera italiana. Avanzó hacia la mesa de siempre, en el rinconcito más oscuro del establecimiento, y pidió su típico café latte. Cuando se lo trajeron, observó con cierta impotencia a los grupos de amigos que había formados.

Antes, pensó, yo también era muy popular, pero claro, era tonta y pija. ¿Ha merecido la pena?

Tomó otro sorbo de su preciado café. Encendió su móvil y lo desbloqueó, dispuesta a leer las noticias. Mientras lo hacía, jugueteaba con uno de sus bucles pelirrojos.

Podía escuchar las risas de los chicos y chicas, y las ignoró. Estaba bastante bien con su soledad actual. Es cierto que unos años antes había sido la reina del baile, pero desde aquella fiesta... No veía la necesidad de que todo el mundo se fijara en ella. No de nuevo. Por eso permanecía en las sombras, observándolo todo y juzgando silenciosamente.

Tomó otro sorbo y siguió pensando.
Ahora estoy oculta en las sombras, pero antes estaba cegada por los elogios que me daban. Todos querían ser mis amigos, pero luego me apuñalaban por la espalda.

Terminó su latte y pidió otro. Decidió abandonar los pensamientos de su pasado y se centró en las noticias.

El puente de Londres
Accidente en el puente. De momento no hay fallecidos, pero seguimos pendientes a los equipos de rescate
~ Actualizado hace 10 minutos ~

¡¡Última hora!!
Han sido hallandas dos víctimas mortales en un coche hundido en el río Támesis
~ Actualizado hace 2 minutos ~

Sonrió amarga.

Parece que la muerte me persigue. Es la quinta noticia que leo en la que muere alguien. Y solo he leído cinco.

Observó las pequeñas ondulaciones que se producían en la superficie del café.

¿Será una especie de señal? Al momento descartó esa idea. ¿Una señal? ¿Cuándo me convertí en una crédula?
Sacudió la cabeza, como si eso fuera a eliminar sus pensamientos. Entonces se abrió la puerta...
Y entraron quienes la salvaron.

La luna, la muerte y el inocenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora