III

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Cuando se despidió de Ethan y Lau, entró en su casa de puntillas, queriendo hacer el menor ruido posible. Cinco minutos... cinco malditos minutos que la condenarían si su padre la pillaba.

Suspiró con alivio cuando notó la extraña soledad que reinaba en su casa, al menos en la planta baja. Se asomó a las escaleras que daban al sótano, pero la puerta tenía el pestillo, lo que indicaba que nadie había bajado allí desde la noche anterior, y eso era una muy buena señal. Siguió avanzando sigilosa y frenó ante los escalones de mármol que subían a la planta superior y la azotea.

-No te has encontrado con él en todo el resto de la casa... Solo sube corriendo a tu habitación y cierra la puerta –se dijo a sí misma.

Alzó un pie tembloroso con intención de dar el primer paso, pero nada más apoyarlo en la fría superficie, una voz dura heló su sangre.

-¡Llegas tarde! –el grito resonó por todo el pasillo-. Sabes lo que pasa cuando llegas tarde, tesoro.

Se mordió el labio. Podía escuchar sus pasos firmes dirigirse hasta donde ella se encontraba, e hizo lo primero que se le ocurrió: echó a correr hacia la puerta principal.

Cuando por fin la alcanzó, esta se cerró impidiendo su huida. Forcejeó con ella en intentos desesperados por abrirla, hasta que un escalofrío recorrió su espina dorsal e hizo que dejase de moverse.

-¿Adónde vas, hija? Ni siquiera vas a saludar a tu padre, ¿no? –Gerardo, el padre de Aless, avanzó hasta ella y agarró su muñeca-. Llevo mucho tiempo esperándote... y por fin ha llegado el momento.

A medida que hablaba con un rostro espeluznante, sacó una daga y la fue acercando al antebrazo de Aless. Al notar el metal contra su piel, reaccionó lo bastante rápido como para alejar a su padre de ella y poder correr. Sin pensar mucho, fue hacia las escaleras del piso superior y empezó a subirlas, pero una mano agarró su brazo. Se giró para ver a su padre.

¿Cómo había llegado hasta ella tan rápido?

Antes de poder plantearle la pregunta o buscarle una respuesta, sintió un tirón de su brazo, lo que la hizo perder el equilibrio y rodar por los escalones que había conseguido subir.

Aturdida en el suelo, observó la figura de Gerardo. Estaba diciendo algo, pero Aless no era capaz de entenderlo. Su mundo daba vueltas debido al golpe que había recibido en la cabeza y que había dejado una mancha de sangre en el suelo. No solo estaba mareada, sino que había una figura brillante que titilaba frente a ella.

Cerró los ojos con fuerza y trató de incorporarse, cosa que logró al segundo intento. Su padre ya no estaba en la escalera, así que se mantuvo atenta. Pero cometió un error muy grave, no mirar a su espalda.

Justo ahí era donde estaba Gerardo. La agarró por el pelo y la hizo chocar contra una vitrina. Aless cayó de nuevo, esta vez entre cristales de distintos tamaños. Sintió como agujas los pequeños restos de las puertas y baldosas de vidrio que estaban clavados en su piel y la hacían sangrar más.

-Ya eres mía... -murmuró su padre. Alzó la daga por encima de su cabeza y se dispuso a hincarla con ira en el pecho con movimiento nervioso de la pelirroja.

Por suerte, pudo esquivar la puñalada. Se levantó con agilidad y corrió buscando una manera de escapar. Subió al piso superior y consiguió alcanzar su habitación. Podía oír los pasos de su padre y volcó algunos muebles para dificultar su paso.

Abrió la ventana y salió al balcón.

No está muy alto..., pensó. Mentía, había bastante distancia desde su habitación hasta el suelo, pero prefería saltar antes que seguir ahí dentro. Se puso en pie sobre la barandilla, manteniendo el equilibrio. No es la primera vez que te has subido aquí arriba... La diferencia es que tienes que caer de forma que no te mates, se dijo a sí misma.

La luna, la muerte y el inocenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora