II

15 2 0
                                    

Ethan llegó a casa sin perderse por el camino, al contrario que el hilo de sus pensamientos. Seguía dándole vueltas a la desaparición de Heather.

No había hablado casi nada con ella, y si le preguntaran no podría decir mucho más aparte de que la podría reconocer por la calle. O quizá ni siquiera eso. Aun así, la desaparición de alguien a quien conocía era sin duda mucho más tangible que la de cualquier otra persona de quien solo hubiera visto fotos en la televisión. Te ponían los pelos de punta, sí, pero no lo sentías de una forma tan real. Un escalofrío le recorrió la espalda, en una caricia que dejó unas gotas de sudor frío sobre su piel.

Entró en su hogar sin mirar por dónde pisaba, así que tropezó, como era de esperar. No se hizo daño, pero sí causó bastante ruido. Su madre se asomó.

—Hey, cariño, ¿te has hecho daño?

Él negó con la cabeza y compuso una sonrisa de disculpa.

—No, mamá. Tranquila, solo tropecé.

La señora Reynell pareció contenta con la respuesta. Ethan suspiró. Dejó sus cosas en la entrada y se dirigió a su habitación. No habría mucho que hacer esa tarde puesto que ya había acompañado a Lau a sus ensayos, por lo que esperó que su cerebro no aprovechara el tiempo y lo torturara demasiado dándole vueltas al asunto. Era como una disección finalizada. No quedaba nada más que hacer salvo sentir repelús.

•*'¨'*•.¸¸.•*'¨'*•.¸¸.•*'¨'*•.¸¸

Al día siguiente tuvo que evitar que una Lauren salvaje lo atropellara con las prisas por salir de casa.

—¿¡Llegamos tarde!? —era más una pregunta que una afirmación, aunque la chica parecía bastante agitada.

Ethan estaba bastante tranquilo. Suspiró y negó.

—Tienes el reloj adelantado. Aún quedan veinte minutos.

Lau parecía hasta sorprendida. Miró el reloj de pulsera de su muñeca, que contradecía las palabras de su amigo.

—¿Tanto? Es imposible que vaya tan por delante del mundo. Y además siempre le pasa, da igual cuántas veces lo arregle. ¿Seguro que no es el tuyo el que está mal?

—No, coincide con los demás relojes de la casa.

Caminaron tranquilamente en dirección al instituto. Fue un camino tranquilo, sin prisas. Ethan sí sabía por qué iba tan adelantado: solía cambiarle la hora cuando Lau le pedía que se lo guardara en los ensayos. Podría ser algo cruel, pero las opciones eran esa, en la que ambos llegaban puntuales, dejar a Lau atrás y llegar a tiempo él, o llegar tarde ambos. Y, para ser sinceros, le divertía la cara que ponía Lau en las mañanas cuando le preocupaba la hora.

Llegaron cinco minutos antes de que empezaran las clases. Tuvieron tiempo solo para mantener una charla trivial sobre temas sin importancia. Al acabar, Ethan fue por su camino y Lau por el suyo.

En los descansos fue, como siempre, a saludar a Aless. Para su gran sorpresa, le informaron de que ese día no había venido.

A la hora del recreo intentó localizar a Lau para ver si ella sabía algo. Esa mañana había revisado el móvil y no tenía mensajes, pero le echó un nuevo vistazo para asegurarse. Nada.

Encontró a Lau casi enseguida; era demasiado ruidosa como para no detectarla, y menos si la conocías. La saludó brevemente antes de abordar el tema que le tenía la mente ocupada:

—¿Sabes algo de Aless? Hoy no ha venido.

Lau pareció estar pensativa durante un corto rato.

La luna, la muerte y el inocenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora