II

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El juicio dio inicio con una ceremonia, en la que el jurado hace reverencia al juez. El jurado está compuesto por Peste, Hambre, y Guerra, los jinetes de los caballos del patio trasero. Todo el día practican sus líneas como quien hubiera sacado fragmentos de la mitología griega, y nunca se quitan la armadura, siempre me pregunte si no se cansaban con eso puesto incluso cuando están a solas.

Ordenaron entonces los miembros del jurado que se eligiera a un defensor del acusado, y toda la sala comenzó a murmurar sobre quien podría ser un buen candidato. Guerra se veía un poco impaciente por proclamar a alguien, Peste puso cara de infarto cuando terminó de escuchar lo que su compañero decía, Hambre se estaba limando las uñas en su silla medianamente reclinada. Los dos primeros miraron al que parecía no importarle, Hambre solo levanto su mano en signo de aprobación. Entonces Peste se levantó.

—Proponemos a Belfegor —la sala se silenció—, levante la mano todo aquel que esté de acuerdo.

Al principio nadie hizo ningún gesto, quizá todavía estaban procesando aquello que Peste había pronunciado. Uno tras otro levantó la mano, ya que nadie del público podía refutar nada de lo que los involucrados reales en el juicio decidían.

—Entonces traigan al señor de la apertura, al seductor, al que descubre, el que disfruta de la pereza y la lujuria.

Una puerta del lado derecho comenzó a resonar, como si unos engranajes viejos decidieran funcionar a la fuerza. Paso un rato, hasta que la puerta comenzó a abrirse, para este momento, los ojos de las personas presentes no se quitaban de lo que pudiera salir, ya que nadie aquí arriba, sabia como era su apariencia realmente.

Un hombre de baja estatura con zapatos muy bien lustrados, una corbata desabrochada, la cara como de alguien mayor, y el cuerpo de alguien joven, entro a la sala, caminando despacio, y mirándonos a todos, dio un giro a su alrededor y dijo:

—¿Quién fue el miserable bastardo que me mando a llamar? ¿Qué no saben que las orgias se respetan?

—Fui yo —dijo Guerra poniéndose de píe.

Entonces el señor B. Se le puso el rostro pálido.

—Mi señor Guerra, discúlpeme usted. No es que le tenga miedo, pero no me mate.

—Tranquilo Belf, te he mandado a llamar para que hagamos un juicio de rutina, fuiste el afortunado de defender al acusado.

—Oh sí, mi señor, es todo un honor. —respondió el señor B. bajando la mirada al piso e inclinando a la mitad su torso.

—Todo está listo entonces —alzó la voz Guerra.

Se dio la señal para que se trajera al acusado. Mientras tanto yo pensaba en que había hecho Norman, quiero decir; supongo que en la tierra debió ser alguien muy importante, aunque no te equivoques no he prestado demasiada atención a su vida, a penas y le vi por un tiempo. Para mí es solamente un ser peón más.

Lo trajeron encadenado con ropas blancas. Apenas caminaba, tenía la mirada en el piso todo el tiempo mientras se movía entre la multitud hacia el estrado, donde seguramente le iban a condenar al infierno, por su expresión puedo deducir que ya lo sabía. Sus pies desgastados, y los labios resecos, con sus manos marcadas por las esposas. Le sentaron al lado izquierdo de la sala, y al lado derecho estaba yo, iba a acusar a Norman, por esa misma razón no forme parte de mis hermanos del jurado, sería anti-ético hacer dos funciones, además de ello iba a desgastar mi hermoso ser con un sobreesfuerzo innecesario.

Desde ahora quiero que sepas que no estoy de tu lado, ni del de Norman.

Se le pidió al señor juez que comenzara la sesión, mientras su asistente leía los datos preliminares.

—Norman Watson, hombre que murió a los veinte y cinco años, sus padres muertos, solamente existiendo en un apartamento solitario, se le acusa del homicidio, secuestro, y tortura de una mujer de su misma edad, en su propio lugar de vivienda, no hay más testigos identificados hasta la fecha.

Cuando el escriba termino de hablar, se me dio la orden para que comenzara a detallar mis sospechas y toda la información a mi alcance.

—Llamo a Norman Watson a declarar —dije saltando todo el protocolo.

Todos en la sala éramos incrédulos de todo lo celestial, al fin y al cabo, como puedes creer en algo que nunca has visto. Pero en este momento Norman no se movió, no hizo ningún gesto, tampoco dijo una sola palabra. Reiteré mi llamado para él, pero tampoco hubo respuesta, los guardias tuvieron que tomarle de los brazos para moverle hasta el estrado, donde lo ubicaron en una silla al lado del jurado, y al lado opuesto de mí; yo estaba de pie.

Nunca había visto a Norman de frente, quiero decir; no en persona, no así.

La sala guardó silencio. Guerra dio la señal para que procediera.

—Señor Norman, ¿podría narrarme exactamente cuáles fueron los sucesos ocurridos para llegar al desastroso final? —dije después de aclarar la garganta.

Él se quedó ahí sentado, sin pronunciar un sonido. El jurado me miró un tanto impaciente. Me acerqué, y dije casi susurrando:

—Si no respondes nada, te mandarán a algo peor que el infierno ¿me escuchaste? Vas a estar en un lugar infinito en el que no vas a escuchar ningún sonido por toda la eternidad, sino sabes defenderte ahora.

—Señores del jurado, el jinete está seduciendo a mi cliente —dijo el señor B. poniéndose de pie.

—Por favor Belfegor —dijo Peste—, tú estás aquí para que todo sea justo, pero tu función no es demasiado requerida.

Belfegor volvió a sentarse, no sin antes maldecir a todo lo que existe.

Me alejé de él y reiteré mi pregunta con una nueva redacción.

—¿Es verdad que asesinaste a esa chica Norman?

Negó con la cabeza, sin mirarme.

—Pero tú tenías el arma ¿o no?

Afirmó con un gesto del cuello.

—Yo lo habría hecho ¿sabes? Qué tan difícil debe ser asesinar a una insignificante humana, lo hago todo el tiempo, de hecho hace poco una estúpida mortal, se explotó el cerebro, por mis preciosas palabras. Debería ser una arte. Supongo que lo mismo ocurrió con tu caso, no es tan grave, solamente tienes que aceptarlo, y ahorrarnos...

—Calla criatura estúpida —dijo Norman interrumpiéndome— no soy como tú, no soy como ninguno de ustedes que gozan de las masacres, y de la violencia, pero sin ensuciarse las manos. Nos obligas a matarnos entre nosotros, e inclusive a cometer suicidio a cada individuo. Nunca podrías entender el arte, no tienes idea de que es el arte.

—¿Y tú sí?¿Qué podría enseñarme un insignificante contador?

—¿Quién te dijo que era contador? ¿Ves como no sabes nada?

—Ilumíname —respondí.

—Objeción —dijo Belfegor— está fuera del protocolo.

—Déjalos —dijo Hambre—, esto se pone interesante.

—Soy escritor —dijo Norman.

—¿Escritor? —Reí— Acaso no es eso algo sencillo, no haces más que presionar teclas. Yo tomo mi pincel y dibujo muertes estupendas, muertes que ni con la mejor imaginación podrías pensar.

—Y todavía no entiendes el arte —me dijo.

—El señor B. tiene razón te estás saliendo de lo que pregunté originalmente.

—Yo no la asesiné.

—Cuéntame tu versión.

NormanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora