Capitulo 4

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Mire como Francis se alejaba, me acerque a la recepcionista.
—¿Me podría regalar una hoja? -le pregunte y al instante me tendió una.
Escribí mi número celular y luego se lo entrege a la recepcionista.
—¿Le podría dejar esto a la paciente Francis? -le pregunte

—Claro–contesto con amabilidad dejando el papel debajo de una caja de lapiceros.

Después de darle las gracias camine a la salida de esa sala para luego salir del hospital.
Me uní a la marea de personas que caminaban por las animadas calles de Boston, compre una flor amarilla en una floristería que me encontré en el camino y seguí. Me detuve para tomar un taxi.

—A el cementerio cerca de la central–le dije en cuanto subí.

El camino fue silencioso, estaba perdida en mis pensamientos cuando llegue. Pague y bajé del auto. Tres con noventa, no estaba muy lejos,simplemente no me apetecía caminar.
Busque en el bolsillo de mi chaqueta un cigarrillo, lo puse entre mis labios y lo encendí.
Exhale el humo del cigarrillo, le di otra calada antes de arrojarlo y apagarlo con la suela de mi bota trenzada. Pase por las grandes verjas de color negro dándome paso a el césped verde y las tumbas que se extendían frente a mi, la caída del sol les otorgaba un tono anaranjado a los arboles, con una una brisa otoñal que revolvía mi cabello.
Camine entre ellas hasta llegar a la de él, allí estaba Leonar. Su cabello negro estaba despeinado. Permanecía de cuclillas frente a la lapida. Había crecido tanto, no nos habíamos visto desde que decidió mudarse a España con unos tíos.

—Hola—dije dejando la flor amarilla junto a la flor amarilla que él también había traído.

—¿Recuerdas aquella vez que te quedaste encerrada en su auto? —pregunto de repente.

—Si, fue tu culpa. —me encargue de recalcar soltando una pequeña risa. Ese día él rompió el cristal de la ventana porque ya me estaba quedando sin aire.

—Pudiste haber muerto–dijo mirándome seriamente.

—No, para eso estabas tú para correr y buscar ayuda. -le dije haciéndolo reír.

—Me quedo en Boston. —anuncio sacandome una gran sonrisa.

—¿lo dices de verdad? Mi departamento es pequeño pero te puedes quedar cuando quieras. —le dije.
—Estuve haciendo algo de dinero. Tengo lo suficiente como para comprarme uno propio. —dijo con entusiasmo.

Y esas palabras provocaron que me diera cuenta de cuanto había crecido, no solo físicamente, me sorprendía su nivel de madures, a tan solo sus 19 años.

Siempre había sido mejor que yo al momento de tomar decisiones.

–ya conseguí  empleo. Es en un café. No me pagan mucho pero para empezar esta bien.

–es mas que bien. ¡Esto hay que celebrarlo! 

–me gustaría que estuviera aquí para que pudiera vernos... Ya no somos niños.

–Nos esta viendo. Esta orgulloso. Puedes estar muy seguro de eso– le dije abrazándolo con todas mis fuerzas y dándole un beso en la mejilla.

–¡oye!  Basta, es suficiente–dijo entre risas.

–te extrañaba tanto– le dije apoyando mi cabeza en su hombro.

–no eras la única. Yo también te extrañaba. Por cierto, lindo pantalón–

lo golpie en la cabeza.
–no te burles. Esta a la moda.

Cuando el cielo se queda sin estrellas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora