Si catalogamos de surrealista lo ocurrido el lunes con Carolina, la anécdota relativa al martes sólo merece un adjetivo "inefable". Fue algo que nadie esperó en ningún momento. Y no me refiero al día que apareció encarna con la motosierra, sino al día en que nuestra reputación se vio mancillada... Estábamos desprovistos de azúcar y la requeríamos para el desayuno, por lo que la noche del lunes Lucía aka Chus se quedó despierta para rezar. Y funcionó. Al oír un sonido parecido al de un helicóptero todos salimos al patio durante la mañana del martes. En efecto, era un helicóptero con algún tipo de defecto en el motor que necesitaba descargar pero para no caer a tierra. La mayor sorpresa, sin embargo, no llegó cuando vimos kilos y kilos de azúcar caer del cielo, sino cuando nos dimos cuenta de que en realidad no era otra sustancia sino cocaína de lo que se trataba.
—Javi, ayúdame con esto. Yo no puedo sola con tantos sacos
—Voy, Martita. Pero espérate a que me acabe el café. Illo, Samu, ayuda tú a Marta vago de mierda —reprocha a su amigo mientras estira sus lánguidas piernas en el sofá con una tranquilidad burguesa.
Samuel, Iria y Marta llevan más de quince sacos de azúcar a la cocina de su bloque y, para celebrar la dádiva, preparan un ColaCao falso —también comocido como cacao en polvo Hacendado, más barato— cargadito de azúcar. Delicioso. Yo soy el primero en probarlo y noto un sabor especialmente agradable.
—Es de primerísima calidad —afirma Domingo pretendiendo hacerse el entendido.
—Tus muertos, tirao —añade Carlos, quien acaba de entrar, intentando dar los buenos días a Samuel.
—Oye, chicos, me estoy encontrando un poco mal... Creo que me estoy mareando. Veo lento. ¿Alguien me puede ayudar a sentarme? Coño, si parece que voy colocada.
Ayudamos a Chus a sentarse y, al estirar las piernas, un ruido de ultratumba a una frecuencia periódicamente oscilante entre los 440Hz y los 523Hz cada tres décimas de segundo penetra mis oídos. Era Marta riéndose —nada nuevo— con la cara pálida, los labios cianóticos y los ojos bañados en salmorejo. En ese mismo instante Javi se desmayó y supimos que algo iba mal.
Ese día no comimos. Eran las seis de la tarde y, por un motivo u otro, sólo quedaban ocho kilos de cocaína. Los desmayados se reanimaron y el desfase tomó su asiento. Sus efectos sacaron lo más salvaje de nosotros...
Lo que recuerdo con más claridad es a Raquel en la cocina intentando comerse un pavo real que ella misma había matado con sus propias manos, crudo. Tenía la cabeza del pavo a modo de sombrero simbólico y rayas de sangre en los mofletes. Hablaba sola en un idioma extraño que parecía nórdico y daba muchas vueltas alrededor del cadáver del animal.
—Raquelita... ¿estás bien?
—¡¡¡Spis min fitte!!! —responde, por lo que la dejo en paz. No entiendo lo que dice pero apostaría que hace alusión a sus genitales.
A su lado, en el sofá desnuda, se encontraba Chus. No alcanzaba a comprender lo que estaba haciendo moviéndose tan extrañamente hasta que vi el huevo musical de Isaías salir de su vagina. Se estaba masturbando metiéndose el huevo y moviéndolo una vez dentro mientras se lamía sus propios pezones. Al girarme para subir a mi cuarto la escucho gemir con vigor.
—Ah... Sí... Domingo... Ahógame... Ah... Sigue... Dios...
Cuando me dispongo a subir las escaleras escucho a Chus levantarse del sofá, acercarse al pavo muerto y correrse encima de él. Hago como si nada hubiera pasado y continúo con mi camino.
Una vez en la planta superior percibo un sonido procedente del cuarto de baño. Era Álvaro León. No podía dar crédito a lo que veía. Aunque yo también estuviese bajo los efectos de la cocaína, mi borrosa visión reflejaba la realidad. Aún no estaba delirando. Álvaro, quien se había metido en el cuarto de baño para afeitarse la barba, estaba rapándose la cabeza al cero. No quedaba ningún pelo en él del cuello para arriba. Verlo completamente calvo, pálido y con sangre corriendo de su nariz y manchando sus dientes no era lo más perturbador. Todo el pelo que se había quitado era cogido y pegado en su púbis con una mezcla indescriptiblemente nauseabunda de agua, harina y heces. La escena era enloquecedora; el cóctel aglutinador corria por sus piernas, arrastrando los pelos con él. Cuando menos lo esperaba se agachó, defecó en su propia mano y se restregó su propio meterial fecal en el pecho para, posteriormente, llevarse las manos al pecho y crear un rastro marrón oscuro desde el ombligo hasta las orejas.
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Cómo acabé durmiendo en el Río Pícaro con tres céntimos en la funda del móvil
FanfictionHistoria basada en los integrantes de Pγ cuyos hechos son plenamente ficticios. Os quiero ❤