Cápitulo 2

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Sentí que apenas cerraba los ojos cuando el despertador emitió el sonoro ruido molesto que me reventó los tímpanos.

Saqué la mano debajo de las sábanas que apenas me mantenían caliente en este otoño y apagué el aparato.

Me quede unos momentos inmóvil enumerando las razones que tenia para levantarme de la cama.

1.- No decepcionaría a mi padres.

2.- Necesito el dinero para pagar el alquiler.

Listo. Era todo. Era un poco deprimente si me ponía a reflexionar en ello, por lo que mejor me levante y fui hasta el baño, lo que solo me tomaba tres pasos y me dispuse a darme una ducha. Fria, por cierto.

La casera era tan tacaña que no instaló calderas antes de que me alquilará este minúsculo departamento que podía recorrer entero en nueve pasos.

Pero era lo mejor que pude conseguir en dos dias.

Maldecía el día en que decidí depender de Erwan cuando mi padre se marcho a Nueva Orleans y yo me quedé aquí.

Después de mi aseo personal me hice un café esperando entrar en calor. Me vestí de prisa y puse sobre mi uniforme, que consistía en un vestido blanco con el logotipo del hotel en mi pecho izquierdo, mi abrigo.

Tenia que usar unas gruesas medias para no morir congelada en el camino.

Lo único que extrañaba de Erwan era su auto.

Metí mis llaves dentro de mi bolso y salí colgándomelo al hombro. Una ráfaga de viento helado me azotó el rostro de inmediato y gruñí.

Odiaba el frío.

Me abracé a mi misma y comencé a caminar. No era tan largo el recorrido hasta el trabajo, pero con este clima un metro se convertía en milla.

Me detuve en seco cuando de nuevo esa sensación de ser vigilada se hizo presente. Mire sobre mi hombro visualizando un auto con los vidrios tintados haciendo imposible ver a su conductor pero podía sentir su mirada clavada en mi.

Si regresaba a casa tendría mi dirección, si es que acaso aún no la averiguaba. Si seguía caminando probablemente me asesinara en el transcurso haciéndolo parecer un accidente automovilístico.

Volví a agarrar mi bolso con evidencia queriendo que notase que estaba armada, o al menos que lo imaginara.

Mis padres me daban constantemente gas pimienta y uno que otro instrumento de defensa, pero todas esas cosas se quedaron con mi ex.

Mis pies se movieron por si solos con rapidez y me concentre en mantenerme todo el tiempo en la acera para tener la oportunidad de hacerme a un lado si se le ocurría atropellarme.

Ni siquiera se molestó en ocultar que me estaba siguiendo, avanzó con suma lentitud y como era muy entrada la mañana, no había más autos.

Siguió haciendo lo mismo durante quince minutos. Que descaro.

Comencé a enfadarme. No tenía porqué soportar a un idiota acosador que ni siquiera tenía la decencia de esconderse.

Estaba muy equivocado si creía que me quedaría de brazos cruzados como una damisela en apuros. Me detuve y el auto siguió avanzando con lentitud a mi lado. Gruñí dando media vuelta, me puse frente al auto y patee el cofre.

—¡Sal, imbécil!

El coche se detuvo y la ventana descendió. Me prepare mentalmente para poder enfrentar a la persona que aparecería.

Estaba aterrada. A pesar de que el enojo fluía por mi sangre, el temor se mezclaba con el. Sentía tanta adrenalina que creía poder explotar si no la liberaba.

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