El día parece sonreírme. Hoy, es mi cumpleaños número dieciocho y según los pronósticos que dieron por la noche, el sol estará acompañado por lindas nubes durante gran parte de la tarde. Simplemente, maravilloso. Incluso, mis planes al final del día podrían acabar de buena manera si me alineo al itinerario que, mi amiga me ayudó a organizar ayer cuando le visité.
Por ahora, sólo necesito ir por papel y tinta. Con ese objetivo en mente, salgo fuera de mi piso, no sin antes tomar el sombrero con la pluma más delicada y acendrada que he podido observar.
Lo he conseguido en una feria artesanal, luego de haber terminado mis horas enfrente de la computadora. Llenando un sinfín de diversos formularios, documentos y papeleo que debía rellenar con mis respectivos datos.
Una vez en la planta baja, le dirijo una mirada al gran reloj cerca del mesón de recepción. Y por ello, comienzo a trotar intentando no chocar con nadie y llegando lo antes posible a la librería. Me detengo al estar adentro, buscando la sección de papel y apropiándome de todas las hojas que mis manos puedan sostener sin problema.
Entre el espacio de mis brazos, dejo un lugar para la tinta. Sumergiendo mi cabeza en medio de un montón de tintas de colores, me doy cuenta de una mano que toma la misma caja que yo estoy tomando. El contacto, me lleva a sentir una corriente eléctrica seguida de un escalofrío. Suelto la cajita de tinta para coger la contigua, pero un estornudo seguido de un bufido me provoca un tambaleo para terminar incorporarme y levantar el rostro.
El dueño de la mano roba tinta me ofrece una sonrisa ladina en forma de disculpas, y no tardo en corresponderla. Mas, al hacerlo, otro estornudo hace su actuación de golpe, interrumpiendo cualquier movimiento que hubiese hecho.
Al instante, crea una mueca apenada que logra atacar mi punto débil.
