4. Escalofrios

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¨Quienes pecan de inocentes, son más lujuriosos de lo que parecen¨



***

MIAM

La chica nos sonríe enseñándonos una perfecta hilera de dientes blancos idóneos para una propaganda de dentífricos. Estira su delgado y estilizado brazo indicándonos el camino a seguir a través de las grandes puertas acristaladas inclinando un poco su cabeza, esbozando una sonrisa en sus labios escandalosamente rojos.

Ruedo los ojos por su gesto dando un paso hacia adelante tirando del brazo de mi mejor amigo, quien permanece embobado viendo su atuendo.

Liam frena mi andar acercándose a mi cuerpo, abrazándome a su costado. Sus manos acarician mi espalda desnuda sin segundas, lo hace para intentar darme calma.

- ¿Estás segura que quieres hacer esto?- Liam susurra en mi oído entrelazando su mano con la mía. La verdad, siento algo de miedo pero el brillo de sus ojos me impide echarme atrás.- ¿Miam?

- Podemos hacer esto.

Le regalo una sonrisa antes de tirar de su brazo para seguir a la chica.

Al atravesar las puertas un mundo distinto se abre ante mis ojos. El rojo y negro predominan por el lugar. Las luces bajas le dan un aspecto sensual y misterioso al recibidor, resaltando los grandes cuadros con desnudos artísticos que decoran las paredes y figuras tridimensionales de alguna postura sexual ancladas al piso.

Uno de los cuadros en particular llama mi atención.

Se trata de una mujer llena de curvas; ella se encuentra arrodillada entre las piernas de un hombre trajeado quien está sentado en un trono grande, lujosamente decorado con piedras preciosas en la parte frontal de sus patas delanteras, los reposabrazos y ciertas partes del espaldar que deja a la vista el hombre al estar inclinado hacia adelante.

Probablemente si el cuadro no fuera a blanco y negro, estaría completamente segura que aquel asiento es de color dorado con el alfombrado rojizo. Digna de un rey.

En el dedo índice de su mano derecha cuelga un par de esposas mientras su mano izquierda hecha puño sostiene la larga cabellera de la mujer obligándola a inclinar su cabeza a un costado. Pegando su rostro a su cuerpo, exactamente a su entre pierna.

Su cuerpo desnudo está envuelto por cuerdas que entrecruzadas entre sí, dejando a penas unos cuantos centímetros de separación, forman una segunda columna echa de nudos sobre su espalda. Sus brazos algo tensos descansan atados sobre la curva de sus glúteos.

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