Capítulo 4

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-El mismo, en carne y hueso-dijo con una gran sonrisa, levantando sus brazos-. Tenía muchas ganas de verte, Lusy Helsing. Un tritón me dijo que estabas en la mansión de los Albu y tuve que mandarle en tu busca, lamento si te ha asustado o algo, no es muy sutil.

Yo aún estaba digiriendo el hecho de que un adolescente me había sacado de una enorme mansión sin saber cómo y había acabado en el piso de Ralen, aquel niño que llevaba once años sin ver. Yo me encontraba en la sala de estar. Esta era de aspecto acogedor, parecía el interior de una cabaña.

Había dos sofás, uno enfrente del otro, de color negro, con un par de cojines de cuadrados blancos y rojos, una mesa de cristal azulada, de un tono muy oscuro. Una alfombra cuadrada y rojiza, desgastada por los bordes, se extendía bajo la mesa y los sillones. Frente a la mesa, una gran chimenea de piedra, con unos estantes donde reposaban varios libros en un idioma desconocido para mí, iluminaba y calentaba la sala. Un ventanal tras el sillón de la izquierda dejaba entrar luz de la luna en la sala. ¿Cuánto había tardado en llegar a ese lugar? Miré mi reloj y vi que eran las ocho menos diez. Ezra y Kora debían estar volviéndose locos preguntándose donde estaba.

-Lusy, ¿te pasa algo?- preguntó Ralen en un tono ligeramente preocupado.

Cuando quise darme cuenta, él ya estaba un poco más cerca de mí y podía reflejarme en esos zafiros que tenía por ojos, tan hermosos e hipnóticos como la primera vez que los vi. Me fijé con mayor detenimiento en su rostro. Sus ojos pequeños y un poco achinados, pero no lo suficiente como para darse cuenta a primera vista; su nariz recta y su boca de labios finos en esa mandíbula cuadrada. Su cabello liso y negro como el carbón, cortado a media melena, sin llegar casi a rozar sus hombros. Me fijé en su cuello grueso de piel morena y en como la chaqueta que llevaba no estaba abrochada del todo y caía un poco de su hombro derecho, dejando ver su clavícula. Me di cuenta de que llevaba un colgante, un cristal de ámbar que, aunque se notaba que lo tenía de hacía muchos años, seguía intacto.

-Ya sé lo que te pasa-dijo el atractivo muchacho, frunciendo su ceño. Tomó con delicadeza mi mano y me llevó tras él hasta un sofá, donde me pidió que me sentara-. Vamos a por algo de comer, tendrás hambre. Voy a coger mi cartera y nos vamos a una hamburguesería que pilla cerca, no te preocupes, esta vez pago yo pero no te ilusiones.- guiñó un ojo y corrió hacía, supuse, su cuarto.

Yo solo me recosté en el sofá y me crucé de piernas. Bajé la mirada y repasé mentalmente lo que había pasado ese día por quinta vez. Aún seguía sin entender nada, ni siquiera quienes eran esos misteriosos hermanos albinos que se habían presentado en la puerta de mi casa diciendo que conocían a mis padres. Y no solo eso, sino que encima me habían llevado a una enorme mansión en medio del bosque. ¿Quiénes eran y desde cuando conocían a mi familia? Era una de las tantas preguntas que tenía desde la llamada de mi padre.

Ahora que estaba en la casa de Ralen, aún sin saber cómo narices había llegado allí, me sentía segura, aunque solo fuera porque yo conocía a ese chico. No había cruzado ni media palabra con él y ya me quería invitar a cenar unas hamburguesas. Y aún no entendía por qué llamaba al niño que me había sacado de la mansión Albu "tritón". Después de las locuras que me había dicho Ezra sobre que los monstruos de cuento existían, llegué a pensar por un momento que ese chico era verdaderamente un tritón. Pero eso no podía ser cierto, las criaturas sobrenaturales no eran de verdad, ¿cierto? A decir verdad, ya ni sabía lo que creer.

Ralen llegó con las llaves de su piso dando vueltas en su mano. Una luminosa sonrisa se dibujaba en sus labios una vez más, parecía que ese chico no podía parar de sonreir.

-Vamos-dijo, haciendo un gesto con la cabeza señalando la puerta. Yo me levanté y seguí a Ralen fuera del piso.

Él y yo bajamos por el ascensor, así que Ralen aprovechó el corto periodo de tiempo para hablar conmigo.

Cuento de un cazadorWhere stories live. Discover now