Oscuridad por Honor

9-Alas Negras Heridas Profundas.

Llamamos destino a todo cuanto limita nuestro poder. No hay mas destino que el que nos hacemos a pura sangre, con nuestras propias manos.

Emerson & Pablo Neruda.

¿Aún no sé porque estoy aquí?...

Tampoco sé que me inspiró a ayudarte, solo sabía que algo muy malo te esperaba, pero pensé que solo era un mal pensamiento. Algo me levantó temprano y salí para encontrar comida. El frío en mi abdomen me preocupaba, pero no le di mucha importancia. Luego de caminar por un tiempo, tomé un camino que nunca habría seguido, pues algo en mi mente me susurró que lo siguiese. De repente vi en una llanura un hermoso reino, que segundos después sucumbió bajo una enorme bola de fuego purpura, claramente era una clase muy extraña de magia arcana. Cuando las llamas se extinguieron fui directo hacia el castillo pues los gritos de un niño me conmovieron. Pero al buscarlo solo te vi a ti, abatido, destrozado de tanto dolor, apunto de quitarte la vida y no pude permitir que eso sucediera, vi en ti algo más que me hizo creer que eras la persona que estuve buscando durante siglos. Luego ya sabes lo que ocurrió.

- Si, me dejé llevar por la ira por lo que perdí la voluntad de mis actos. - Dijo Aron.

- Tú me salvaste de una muerte segura. ¿Pero y tus alas? - Preguntó Aron.

Ella estaba saliendo de la penumbra con una ropa corta, sensual y de escasa armadura, su piel era preciosa y su rostro el de un ángel.

En ese instante su rostro pasó del rostro más hermoso que había visto nunca al sufrimiento más atroz que presencie alguna vez, de rodillas calló y agonizando de dolor me rogó.

- rápido vierte ese líquido en las heridas de mi espalda.

Su espalda estaba cubierta de heridas como si la hubiesen fustigado. Rápidamente vertí el líquido sobre las heridas. Entre gritos y gemidos su espalda humeaba como si estuviese apagando fuego.

- Dios misericordioso tu que estas en el cielo perdona mis pecados y calma mi agonía. - Rogaba la frágil muchacha.

En un último grito aterrador y de profundo dolor se desmayó. Segundos después quise tocarla para tratar de curar sus heridas. Pero por poco muero del susto, su espalda se abrió salpicando con sangre todo el lugar y salieron de sus heridas aún más anchas y profundas dos enormes alas negras y ensangrentadas. Su agonía me dejó perplejo pues nunca vi a alguien sufrir con tal desconsuelo, como si de un ave herida se tratase, revoloteó y golpeó con su cuerpo aquel estrecho lugar. Vertí todo el líquido sobre la brecha que habían abierto las alas y luego sobre ellas, tras varios segundos quedó totalmente rendida, aun humeaba su espalda y las heridas comenzaron a sanar poco a poco.