(Jacobo en la imagen)
Elisa.
Varsovia, Iglesia Santa Mónica, 1939
Hoy desperté temprano, puesto a que al cura André, le urgía la limpieza total de la iglesia. Hoy alguien tomaría su comunión, y todo debía de estar limpio y sin roñas.
Pasé la escoba de mala gana entre los bancos de madera. Toqué ligeramente uno de ellos, confirmando mi suposición: se trataba de bancos de madera de pino, pintados de marrón oscuro para hacerse pasar por madera de roble. Eso explicaría su poco peso, ¿Verdad?
—¡Elisa! —me regañó mamá, a cuatro bancos de distancia— es hora de irnos, ven.
Aquello sí que no me lo esperaba. Me encontraba tan sumida en mis pensamientos acerca de tipos de madera (¡Fíjate que estupidez más grande!), que no me di cuenta de que la hora de aseo, ya había acabado.
Se me subieron los colores y me inundó la vergüenza. Sentía mi rostro caliente debido a las desmesuradas cantidades de sangre que lo recorrían. Sin embargo, antes de poder ir con mi madre, observé con curiosidad una figura que se hacía paso por las puertas. Me quedé estupefacta, sin dar crédito a lo que veía.
Un muchacho.
Sentí el cuerpo vacío, y la mirada perdida. Posé la mirada en el rostro de aquél niño, observando sus pulidas y definidas facciones. Me quedé perdida en sus ojos, intentando descifrar su intensa mirada, en aquellos ojos azulados que denotaban fatiga. De inmediato dirigí mi mirada hacia su turbante blanquecino, observando sus manos, sus zapatos y el libro que cargaba como si de un bebé se tratara, con infinita atención. Fue entonces, cuando concentré toda mi atención en el titular de aquél gigantesco libro. Mi corazón dio un vuelco cuando me percaté de que aquella era ni más ni menos que la Biblia cristiana. Temblando del desconcierto y del desespero, solté la escoba y eché a correr como si no hubiese un mañana, tropezando con todos los objetos más inoportunos e inimaginables, tal y como una tuerca, una vasija, un manubrio y un echarpe plateado con detalles en dorado.
«¡Qué tonta soy! ¿Por qué no obedecí a mamá? ¡Oh, por JaShem! ¡Ahora un muchacho completamente desconocido sabe de mi existencia!» —Pensé.
'Eres experta en meterte en líos' —Me dijo una vez mamá, y no podía hacer más que darle la razón.
—¡Elisa! —me llamó el cura André, interrumpiendo mi apresurada huida— ¡Ven sobrina mía!, ¿A dónde vas?
Aquello me había tomado desprevenida. Fruncí el ceño desconcertada, intentando apartarlo de mi camino sin éxito. Rápidamente, el cura tomó mi mano y la presionó dos veces seguidas, formando una de nuestras señales. "S.L.C." lo que significaba; "Sígueme la corriente".
—Disculpa tío —le dije temblorosa debido al reciente sobresalto—, tenía que ir a buscar... ¡Mi cepillo de dientes! —Inventé rápidamente, lamentándome por aún no saber mentir.
«¡Si Eliette estuviera aquí, me daría una buena reprimenda!» Pensé, debido a que ella, era ni más ni menos que la maestra del arte de las excusas. Sé que suena ridículo, pero se trataba de una labor de suma responsabilidad. A sus excusas se debían nuestras numerosas ausencias en el colegio. Ella era inteligente y perspicaz, algo que yo no era. Yo era infantil, torpe, y de vez en cuando; bastante corta de entendederas. Esas éramos nosotras, las gemelas Schiff; "La tonta y la ingeniosa" ¡Vaya que esos apodos no me agradaban!, estaba bastante molesta con esas descripciones.
—Me lo hubieras dicho, y te dejaba ir a buscarlo sin montar tanto espectáculo —me regañó André, siguiendome la corriente.
—Es cierto —dijo el chico— apenas me viste, escapaste como alma que lleva al diablo —añadió con una carcajada, tendiéndome su mano— Soy Jacobo.
Las mariposas en mi interior volaron descontroladas. Fue entonces, cuando observé con detenimiento su apariencia. Su aspecto irradiaba rebeldía e ingenio. Debo ser sincera, y es que me estaba derritiendo por él, un chico cuyo nombre acababa de conocer. ¡Qué locura! ¿No crees?
—Soy Elisa —le dije estrechándole la mano, e intentando sonar firme— y disculpa por haber huido de ti —agregué con una sonrisa tímida, a lo que él me respondió con otra.
—Siento este encuentro repentino, Jacobo —dijo André interrumpiendo nuestra conversación.
—No hay problema —Jacobo se acomodó un mechón rubio por detras de la oreja— ¿Cuándo viene Marta?
Acto seguido, el cura me dio a entender que era hora de volver al sótano con mi familia. Me mordí el labio inferior, nerviosa ante el próximo contacto con mis padres. ¡De seguro todos querían una explicación!
Y ciertamente, ni siquiera yo me lo explicaba.
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Las Gemelas De Varsovia ©
Historical FictionA Elisa y Eliette, les había tocado el infortunio de ser judías y gemelas en la época auge del nazismo. Siendo los gemelos los más demandados por los nazis, sus padres les buscaron refugio a sus hijas, desesperadamente. Viviendo en Varsovia, la capi...