Casi llegando al Viaducto, estoy en una calle que no recuerdo su nombre, podría decir que es "la calle del basuco". Son las nueve de la noche y en cada esquina hay alguien oliendo pegante, dormidos en las aceras y metiendo vicio. Ese frío de las diez de la noche me tortura así esté usando un abrigo y una bufanda, me quedo inmune ante el mundo, estoy totalmente expuesto a lo que esta ciudad me quiera hacer decir o mostrar. Un gamín de una pinta tremendamente horrorosa me para y dice vulgarmente:
-Oiga monito ¿No tiene dos mil para un bareto?
-No.
-¿Se va a hacer chuzar?- dice mostrando un puñal en la mano izquierda, escondiéndolo entre sus ropas.
-Sí.
Se queda callado por un momento, ahora es cuando entiendo que alguien termina cayendo en esa trivialidad de darle la plata, confundido sigue su camino sin responder palabra, cojeando, yo suspiro con una rabia leve y le susurro:
-Gamín hijueputa.
Camino y camino derecho hasta llegar a la parte de atrás del Éxito que pasa por toda la carrera diez. Miro el reloj, son las once y media de la noche, "Me van a robar si sigo aquí en este moridero de malparidos". Esta calle está llena de prostitutas, travestis, amanecederos, hoteles de mala muerte y cortes de cabello por cinco mil. Vengo a aventurarme a algo que sea difícil de borrar, Pereira me quiere atrapar con sus pequeñas y peligrosas garras y me quiero dejar asfixiar, Pereira y sus redes tan sucias, seductoras y fáciles, que nadie podría resistirse.
Algunos mariguaneros me ven caminando y me gritan piropos desagradables, las prostitutas muestran sus desproporcionados y operados cuerpos cubiertos por sólamente mallas vulgares y escotes horrendos. Los travestis hablan entre sí y se paran en las esquinas buscando suerte, yo solo miro el ecosistema, quizá también yo busque suerte.
Justo al lado de un hotel lleno de humedad y moho se encontraba parado un muchachito, no le pongo más de dieciocho años. Estaba parado de una manera relajada, vehemente, tenía unos ojos café tan hermosos que se podían distinguir con la oscuridad de las 11 de la noche. Se mordía el labio cuando veía pasar a un hombre con plata susurrando algo que me era imposible de escuchar. El niño era hermoso, irradiaba esa inocencia que provoca los más perversos pensamientos, que hijueputas, ya encontré la suerte.
Me le paré al lado, me recosté en esa mugrosa pared y miré al cielo, me saqué de la chaqueta un cigarrillo Pielroja y me lo fumé, aquel niño me miraba inquieto, como tratando de sacarme las palabras con la mirada.
-¿Qué hace un niñito tan lindo en esta calle de basuqueros y malparidos?
-Lo mismo que hace usted.
El culicagado era paisa.
-¿Y qué cree que estoy buscando aquí, niño?
-Culiar.
Una bocanada de tabaco se mezcla con la neblina de la noche.
-Cuanto cobra.
-Cuarenta.
-¿Y pago yo la dormida?
-Como usted quiera.
Otra bocanada de Pielroja me inunda los pulmones.
-Venga conmigo
-¿Paga el motel?
-No pregunte, solo venga.
El niño me miró dubitativo, caminé hasta un lugar donde pasara un taxi y lo ví corriendo detrás de mí como cuando uno se perdía en el supermercado de chiquito. Se montó y no dijo nada, solo se recostó en el marco de la puerta mirando por la ventana.
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La telaraña.
Non-FictionPequeñas historias, que se desglosan poco a poco, hablan de mí, de ese sentimiento escondido, como retazos de un mantel, no se correlacionan, sólo están para dejarlas ahí, intactas.