II.

83 13 31
                                    

No podía quejarse de Charlie Evanson. No hacía mucho ruido y siempre mantenía limpia la habitación que ocupaba. Había días que incluso lavaba los platos. A Nicholas no le molestaba ningún aspecto de su nuevo inquilino, al menos hasta que llegaba la noche. Cada vez que el inglés empezaba a tocar el violín o aparecía en la sala con el estuche y las partituras, el hombre huía como quien lo hace de la gripe en épocas de invierno.

En un comienzo pensó que se trataba de un rechazo a la música clásica. Después de todo, no a todos les gustaba la melodía del violín, y era algo que entendía. Pero desearía que se lo dijera, tal vez podría acomodar sus horarios para tocar en los momentos que él no esté en la casa. Por lo que esa noche, mientras el hombre tecleaba en la máquina de escribir concentrado, decidió incitar esa conversación que él la veía muy necesaria para dos personas que viven bajo el mismo techo.

—Señor Evanson —A pesar de que había pasado semanas desde que empezó a vivir con él. No se acostumbraba a llamarlo Charlie—, sea sincero conmigo por favor. ¿Le molesta cuando tocó el violín?

Los ojos azules seguían puestos en la hoja que volvió a colocar correctamente con la mano.

—En lo absoluto. —El sonido de cada tecla perforaba el silencio.

Frunció las cejas.

—No me molestaré... es solo que cada vez que tomo mi violín en la sala, usted sale espantado. Es obvio su rechazo al instrumento ¿no lo cree? — Trató de sonreír, pero el gesto se congeló cuando la mirada azulina se levantó y lo miró con antipatía. El sonido de los dedos moviéndose sobre las teclas se detuvieron.

—Admito que me desconcentra un poco. —dijo y volvió a seguir tecleando. Nicholas siempre había tenido curiosidad sobre la naturaleza del trabajo del Sr. Evanson. Lo veía siempre sentado, tecleando en la máquina de escribir hasta altas horas de la noche.

—¿Lo ve? —Deslizó una tímida sonrisa—. Podemos llegar a un acuerdo. Podría tocar en los momentos que no está aquí.

—¿No cree que sería un inconveniente para su trabajo? Mis horarios son más flexibles comparados con los suyos...

—Ah, ¿a qué se dedica usted? —Sintió un peso más liviano luego de preguntar, y también una incomodidad escocerlo cuando él volteó a verlo con esa insípida mirada.

Un silencio se tejió por unos momentos antes de que respondiera. Se acomodó los lentes de lectura antes de responder mientras el sonido de las teclas siendo aplastadas apaciguaban la ausencia de palabras.

—Escribo algunos artículos...

Alzó las cejas con interés.

—¿Escribe novelas también?

La sorpresa e ilusión que concebía el rostro de Nicholas desconcertó al de ojos azules. La reacción mayoritaria era pesimista respecto a una rama que pocos frutos tenía que dar como aporte, comparado con ingenieros y doctores. Ese pensamiento sistemático que creen que el arte es un mero entretenimiento.

—Solo una.

—¿Y de qué se trata? —Se sentó a su lado deseando leer lo que siempre se la pasaba escribiendo. Charlie actuó rápido y tomó los papeles con lentitud, antes de que pudiera leerlo. Tal vez se trataba de la esencia de escritor, que tiene el afán de esconder sus creaciones ante cualquier agente extraño.

—Usted es muy curioso. —comentó guardando las hojas en su portafolio.

—Me lo han dicho muchas veces... ¿considera que es algo malo? —Se desenvolvía con una simpleza que confundió a Charlie. Los ojos verdes lo miraban limpios, no parecía esconder malas intenciones. Arrugó el ceño.

La Maldición Del EscritorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora